Los celemines de tomates y las cucañas también generó su exotismo cuando no había turismo industrial. En el siglo XIX llegan europeos al sur de Gran Canaria y se comienza a fraguar el movimiento humano generador de una expansión económica a través del desarrollo de la industria turística. Una de esas aventureras fue la inglesa Olivia Stone, que se adentra en los rincones más alejados, descubriéndonos una realidad histórica, así como un compendio de información e imágenes mediante sus dibujos de un gran valor antropológico.
En su visita a San Bartolomé de Tirajana, el miércoles 21 de noviembre de 1884: "…Visitamos la llamada vivienda guanche, pero que en realidad es una vivienda de antiguos canarios. Está en buen estado de conservación, pero parece una forma negligente de conservar una reliquia tan valiosa dejarla en manos de una campesina. El gobierno haría bien en adquirir la vivienda y conservarla como lugar de interés nacional. Puede ocurrir que los herederos de María Sarmiento no la cuiden como ella y el lugar puede perderse para la posteridad".
También está la visita en 1889 realizada por Samler, A. Brown que regresaba de Madeira y se acercó a Tirajana: “la existencia de un camino que desde Tirajana conducía a Maspalomas donde hay amplias llanuras arenosas con muchas especies de aves y un faro”. Visitantes como éstos, pertenecientes a la élite social van difundiendo las características de estas tierras, aunque le mueven distintos intereses, ya que venían con la intención de explorar científicamente supuestos territorios exóticos, los que buscaban una proyección curativa de ciertas dolencias que podríamos denominar turismo terapéutico, y los situados en la denominada literatura de viajeros.Lo cierto es que van generando la creación de infraestructuras hoteleras en la capital de la isla y su extensión hacia la zona centro de la isla como fueron El Europa, El Santa Brígida, El Metropol, El Santa Catalina, El Monopol, Los Berrazales, Aguaje, entre otros.
Allá por la década de los años cincuenta a los sesenta del siglo XX, donde surge un apurado despertar exageradamente brusco, se cambian los celemines de tomates y las cucañas, por los levantamientos de estructuras de cemento para albergar camas y más camas, propiciando sueldos atractivos, con horarios definidos, días de descanso, en definitiva realidades que fomentan un acelerado proceso de abandono del trabajo en el campo, lo que supuso ralentizar el ritmo de la vida en el mundo rural, provocando en la trayectoria generacional situaciones de silencios, de olvidos. Todo el interés estaba en la demanda de sol y playa, se inicia el denominado turismo de masas con alto poder adquisitivo. Esta expansión arriba en nuestra costa sur, posicionando a San Bartolomé de Tirajana como referente del turismo en el país.
En este intermedio se fragua uno de los más importantes valores histórico-artístico, como es el edificio del Faro de Maspalomas, obra de ingeniería, proyectada por Don Juan León y Castillo, el cual mostró siempre su sensibilidad con ese entorno al que nunca fue ajeno y pensando en los que tenían que vivir allí, dijo: "el terreno contiguo es muy ameno y hará agradable la estancia de los torreros y su familia". El edificio civil de mayor importancia histórica y monumental desde Telde hasta el Sur, siendo difícil entender Maspalomas sin su Faro, dado que ha estado presente testificando la actividad humana agrícola y pesquera, recreando el eje central del paisaje de la costa sur y vigía de los mares y del proceso del desarrollo turístico. Faro que se propuso su construcción en junio de 1861 y alumbró por primera vez el 1 de febrero de 1890.