Durante décadas, muchas niñas cambiaron la escuela y los juguetes por los almacenes y las cajas de tomates para labrarse un futuro y poder permitirse un techo bajo el que poder dormir.
La historia de Gran Canaria no se entendería sin sus tomateros, que durante décadas mantuvo a multitud de familias de la isla, dando trabajo a varias generaciones. Desde la recogida hasta el reparto, la cadena de trabajo comprendía diversas tareas que precisaban una mano de obra joven y dispuesta a estar en el campo de sol a sol.
Es por ello que uno de los pilares principales de la industria del tomate fueron las jóvenes mujeres grancanarias, que llegaban a los tomateros desde cualquier punto de la isla para ponerse manos a la obra en el empaquetado de tomates, uno de los procesos más importantes en la industria del tomate.
La motivación principal que movía a estas jóvenes hasta los tomateros de la isla era la de ayudar a sus familias y aportar económicamente en casa e incluso, en muchas ocasiones, simplemente se buscaba acceder a las cuarterías para tener un techo bajo el que dormir.
Las condiciones de trabajo para estas jóvenes no eran las mejores; llegaban desde distintas partes de Gran Canaria, aunque la gran mayoría de veces eran niñas nacidas en entornos rurales y sin acceso a educación. El sueldo no compensaba las largas horas de trabajo, recogiendo tomates por la mañana y empaquetándolos por la tarde y, además, muchas de ellas tenían que hacerse cargo de sus hijos mientras realizaban sus tareas en el campo.
El duro trabajo de estas jóvenes se convirtió en seña de identidad de la mujer canaria, que desde niña hacía las maletas para dedicarse a la vida en el campo y poder sostener a su familia. Una verdadera muestra de empoderamiento que ha acabado formando parte de la historia del archipiélago.