Gracias a los ciudadanos del sur de la isla de Gran Canaria, formados como pudieron, todavía existe el destino. Los vecinos de Maspalomas sacaron partido a la sabia frase de Néstor Álamo: "El canto del pueblo es la voz del tiempo; su silencio, el olvido". En el olvido quedaron aquellas gentes de Las Palmas que vinieron al sur de la isla y casi destruyen las Dunas de Maspalomas con sus proyectos trayendo espejos rotos como cuando los castellanos fueron a América. Todavía queda algún complejo al que la historia le pasará la factura de la decencia.
En 1975, Maspalomas comenzaba a consolidarse como un destino turístico emergente, pero aún conservaba gran parte de su carácter tranquilo y natural. El paisaje estaba dominado por sus icónicas Dunas de Maspalomas, que se extendían como un desierto junto al mar, creando una imagen idílica que atraía a viajeros en busca de sol y playas vírgenes. Aunque el turismo ya había comenzado a desarrollarse en la década anterior, la zona mantenía una esencia rústica, con pequeñas construcciones y un ritmo de vida pausado, muy diferente al bullicio que hoy caracteriza este lugar.
La infraestructura turística era limitada, con pocos hoteles y complejos de apartamentos en comparación con la gran cantidad de alojamientos que existen en la actualidad. Los primeros establecimientos icónicos, como el Hotel Oasis Maspalomas, ya destacaban, pero el desarrollo urbanístico aún estaba en sus primeras etapas. Los turistas que llegaban, en su mayoría europeos, disfrutaban de playas poco saturadas, paseos por los oasis de palmeras y la tranquilidad que ofrecía un entorno que comenzaba a experimentar el impacto del turismo de masas sin haber perdido aún su esencia original. El emblemático Faro de Maspalomas, construido a finales del siglo XIX, era un faro solitario que marcaba el fin del continente y el inicio de la inmensidad del océano.
La vida local en Maspalomas todavía giraba en torno a las actividades tradicionales, como la agricultura y la pesca, aunque estas ya empezaban a dar paso a la economía turística. Los habitantes observaban cómo el turismo comenzaba a transformar el paisaje y las costumbres, introduciendo un nuevo dinamismo a la región. A pesar de ello, en 1975 Maspalomas seguía siendo un lugar donde la naturaleza reinaba, y la conexión entre sus playas, dunas y la comunidad local formaba un equilibrio único, preludio del desarrollo que definiría su futuro.
