La Punta de las Arenas y la Playa de la Virgen, Artenara, nos revelan su impresionante belleza natural y su historia escondida en senderos, acantilados y dunas de arena orgánica
En el extremo noroeste de Gran Canaria, lejos del bullicio y la masificación turística, se encuentra un enclave de inigualable belleza: la Punta de las Arenas y la solitaria Playa de la Virgen. Este espacio, moldeado por los movimientos tectónicos y el tiempo, combina acantilados vertiginosos, laderas de derrubio y un arenal de origen marino que parece transportarnos a un paisaje extraterrestre.
La ruta comienza descendiendo por el histórico Lomo de los Riscos, atravesando el antiguo Cortijo de las Arenas, donde aún resuenan las leyendas de los orchilleros y pastores que desafiaban las peligrosas pendientes en busca de sustento. En este trayecto, los aventureros disfrutan de vistas privilegiadas del Andén Verde, uno de los acantilados más espectaculares de la isla.
La caminata conduce a un barranquillo de paredes doradas, formadas por arenas solidificadas con restos orgánicos que datan del Pleistoceno. Este rincón de la isla es hogar de una rica biodiversidad: entre sus tabaibas, cardones y bruscas se encuentran aves como el alcaraván, el alcaudón y el cernícalo, que añaden vida al entorno natural.
Al llegar a la costa, la Playa de la Virgen sorprende con su arena rubia y su atmósfera de aislamiento. Su nombre, lejos de tener origen religioso, refleja la soledad y tranquilidad que la caracteriza. Su difícil acceso la convierte en un tesoro natural poco frecuentado.
El regreso, aunque desafiante, es una oportunidad para contemplar los majestuosos riscos del Andén Verde. Estos acantilados, testigos de la dureza de la vida en el pasado, fueron recorridos por los aldeanos que recolectaban la preciada Rocella Canariensis, también conocida como orchilla, utilizada como tinte natural.