Decía Concepción Arenal que "el hombre que se levanta es aún más grande que el que no ha caído". Rodearse de gente inútil que llega a los puestos de confianza por una situación de emergencia puede generar un daño irreversible. Hay gente deshonesta que acepta puestos de confianza a sabiendas de no estar preparada haciendo creer al amo que con publicidad todo se resuelve. Pero no es así y lo peor es que puede acabar con la propia sociedad. La salud de los directivos se resiente por los engaños que acumulan en la huida hacia los asesores, relaciones institucionales, gerentes, es decir, el conjunto de enterados de la caja del agua que acaban por acelerar un proceso de sucesión dado el pronóstico que pueden lanzar los médicos. Hablamos de gente sin ética que si fuese a buscarse la vida en el mundo laboral no encontraría sino miserias. Por eso nunca dimiten porque ya dijo la misma Arenal que "el dolor es la dignidad de la desgracia".
En el escenario empresarial y en territorios tan complejos como el sur de Gran Canaria, con las presiones que vienen desde frentes que no se identifican, la figura del dueño de la empresa suele estar rodeada de poder, influencia y respeto. Sin embargo, cuando una crisis reputacional golpea, ese pedestal puede convertirse en una jaula de aislamiento emocional y social. Los titulares cambian, la percepción pública se distorsiona y, de repente, el líder se encuentra solo en la cima de una montaña que se desmorona bajo sus pies.
El liderazgo empresarial siempre ha llevado consigo una pesada carga de responsabilidad. Pero cuando la reputación de una empresa se tambalea, el peso sobre los hombros del líder se vuelve casi insoportable. La imagen pública no solo afecta las cifras financieras o las relaciones con los inversores; también impacta profundamente en la salud mental de quien lleva las riendas. Un estudio reciente revela que el 72% de los empresarios experimentan problemas de salud mental, y las crisis reputacionales no hacen más que agravar esta realidad. Bajo el escrutinio público, los líderes se ven obligados a navegar en aguas turbulentas, enfrentando críticas implacables y decisiones difíciles. En esos momentos, la soledad se convierte en su única compañera.
La crisis reputacional no solo afecta a la empresa; golpea directamente al líder. La presión de mantener la estabilidad financiera y la moral del equipo, mientras se enfrenta al juicio público, puede llevar al agotamiento mental y al aislamiento emocional. En muchos casos, el dueño de la empresa se encuentra solo, sin poder compartir sus temores ni dudas, temiendo mostrar vulnerabilidad en un momento de crisis.
El aislamiento empresarial se convierte entonces en una carga invisible. No se habla de ello en los informes financieros ni en las declaraciones públicas, pero está ahí, afectando las decisiones estratégicas y erosionando la motivación. Los líderes se ven atrapados en un dilema: mantener una fachada de fortaleza mientras luchan internamente con la soledad y la presión. Ser dueño de una empresa implica asumir riesgos, pero pocos consideran el costo emocional de liderar en tiempos de crisis reputacional. Aislados por el miedo al juicio y la pérdida de confianza, muchos líderes enfrentan un desgaste emocional que va más allá del estrés cotidiano. En un mundo donde la reputación lo es todo, el aislamiento empresarial se convierte en una sombra silenciosa que acompaña a quienes llevan la carga del liderazgo. Es un recordatorio de que, a veces, el precio del poder es la soledad. Esta es la realidad que enfrentan los líderes empresariales en tiempos de crisis reputacional. Un desafío que no solo afecta sus negocios, sino también su bienestar emocional y su capacidad para liderar con visión y propósito.