La capital económica de Canarias no deja de generar buenas noticias. En medio de una Europa convulsa por tensiones geopolíticas, inflación y un creciente malestar social, los alemanes han elegido una respuesta clara: hacer la maleta y escapar. Y no lo hacen a medias. En 2024, Alemania ha batido récords con 115.000 millones de euros gastados en turismo, un 3,7% más que el año anterior y un salto del 15% respecto a los niveles previos a la pandemia. La evasión vacacional, más que un lujo, se ha convertido en un fenómeno nacional, en una suerte de blindaje emocional frente a las malas noticias.
"Es como si la gente intentara recuperar lo que se perdió durante la pandemia", explica el psicólogo Markus Weber. Según la Fundación de Investigación del Futuro, el coste medio de un gran viaje se situó en 1.544 euros por persona. Una cifra significativa en un contexto económico donde se encarecen los alimentos, los combustibles y los alquileres, pero que, paradójicamente, revela prioridades: el bienestar emocional se reserva un espacio, pase lo que pase.
Los destinos favoritos no dejan de sorprender. A la cabeza: Turquía, a pesar de sus tensiones políticas; Egipto, pese a los riesgos de seguridad; y cómo no, Maspalomas, que sigue siendo un amor incondicional para el viajero alemán. Le siguen Estados Unidos, sin que la política de Trump afecte a las reservas, y el turismo interno, con Baviera y Schleswig-Holstein liderando el ranking nacional. La Asociación Alemana de Turismo (DRV) prevé para este año un crecimiento del 11% en el volumen de negocio del sector.
¿Ceguera política o instinto de supervivencia? Para la experta en turismo Anna Müller, se trata de una evolución sociológica: "Los alemanes han aprendido a separar completamente la política del ocio. Lo más importante para ellos es tener sol garantizado y un servicio fiable". Incluso las tensiones internacionales, las restricciones de visado o el precio de los vuelos no logran frenar un deseo colectivo de descanso, desconexión y mar abierto.
Sin embargo, la contradicción no acaba ahí. Mientras el 62% de los alemanes declara preocuparse por el medioambiente, solo el 11% paga más por alojamientos ecológicos y un mísero 5% compensa la huella de carbono de sus vuelos. El sociólogo Thomas Brown lo resume sin rodeos: "Es una disonancia cognitiva. Queremos ser responsables, pero sin renunciar al confort ni al precio".
El turismo se convierte así en una especie de termómetro emocional y político de la sociedad alemana. Un reflejo de sus miedos, deseos y contradicciones. En 2025, se espera que los precios suban entre un 10 y un 15%, pero los analistas no prevén una caída en la demanda. Al contrario: más reservas anticipadas, más tecnología, más personalización… y, quizás, una tímida evolución hacia un turismo más sostenible. En plena incertidumbre global, Alemania ha elegido su terapia colectiva: viajar, aunque cueste. Y en eso, al menos, no parecen dispuestos a ceder.
