Jueves, 23 de Octubre de 2025
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TURISMOTurismo con garra: el sur de Gran Canaria, nuevo oasis de las mujeres sin hijos… pero con gato

Turismo con garra: el sur de Gran Canaria, nuevo oasis de las mujeres sin hijos… pero con gato

G. H. MASPALOMAS24H Lunes, 05 de Mayo de 2025

Olvídense de las típicas campañas de “vacaciones en familia” y “hoteles kids friendly”. El sur de Gran Canaria está atrayendo a otro tipo de viajera: la mujer libre, no madre, empoderada y, por supuesto, con gato. Mujeres que cambian el parque infantil por el chill out, el “¿dónde está el papá?” por el “¿dónde está el vino blanco afrutado?” y las mochilas llenas de galletas por maletas ligeras, con libros, bikinis y algo de catnip por si hace falta conectarse con el espíritu felino a distancia.

 

Este nuevo turismo no tiene edad, pero sí tiene muy claro su mood: quieren espacios tranquilos, hoteles solo para adultos, spas con música instrumental (no reggaetón), brunch con aguacate ecológico y, sobre todo, tiempo para sí mismas. Son lectoras voraces, viajeras en solitario o en grupo, muchas teletrabajan y casi todas tienen un grupo de WhatsApp con memes de gatos y frases tipo “mi gato es mi jefe emocional”.

 

En contraste con el auge del turismo pet friendly y el culto al gato como símbolo de independencia y afecto, en el sur de Gran Canaria persiste una realidad incómoda: los sacrificios sistemáticos de gatos en zonas turísticas. Mientras los visitantes disfrutan de entornos cuidados y libres de “molestias visuales”, se eliminan colonias felinas que, en muchos casos, llevaban años conviviendo discretamente con la actividad humana.

 

La contradicción es brutal: por un lado, hoteles que coquetean con la estética “cat lover” y, por otro, campañas de control poblacional sin sensibilidad, sin esterilizaciones previas ni alternativas éticas. La presencia de gatos callejeros, lejos de ser gestionada con compasión, es percibida como una amenaza a la imagen pulida del destino. Un espejismo de paraíso que, en el fondo, arrastra silenciosamente a muchos gatos hacia una muerte invisible.

 

En Maspalomas, Meloneras o San Agustín ya se nota el rastro de esta generación felina de nómadas digitales: lectura al borde del mar, retiros de yoga donde se permite hablar del gato como si fuera una pareja real, y cafeterías con wifi donde no hay gatos prohibidos.

 

Algunos alojamientos ya han empezado a adaptar su oferta: desayunos veganos, rincones “pet friendly” para quienes sí viajan con su minino (o lo intentan), decoración neutra con guiños a lo esotérico-felino y, sobre todo, esa sensación de que nadie te va a preguntar cuándo piensas tener hijos.

 

Porque este turismo no busca validación, sino conexión. Con la naturaleza, con el océano, con otras mujeres que no tienen que justificar su estado civil ni su “instinto maternal”. Aquí, el ron miel sustituye al biberón, las puestas de sol a los deberes escolares, y el ronroneo del gato por videollamada basta para sentirse en casa, incluso a mil kilómetros.

 

“Antes me daba cosa viajar sola, ahora me siento parte de algo”, cuenta Ana, madrileña de 39 años, que viaja pel tercera vez este año a Playa del Inglés mientras revisa su app de cámara de vigilancia para ver si su gato se ha comido el atún gourmet. “Nos han hecho creer que necesitamos formar una familia para merecer vacaciones. Pero ya no. Nosotras también construimos hogar, aunque tenga cuatro patas y bigotes”.

 

Y eso, justamente, es lo que el sur de Gran Canaria ofrece: un espacio donde la elección personal no es juzgada, donde el silencio se agradece y donde, aunque tu gato no esté físicamente contigo, sabes que te espera. Sin quejarse. Sin llorar. Solo mirándote con superioridad desde su camita de terciopelo.

 

El turismo ha cambiado. Y las mujeres sin hijos —pero con gatos— lo saben. Ya no buscan escapar de su vida, sino celebrarla. Y en ese sentido, el sur de Gran Canaria es más que un destino. Es un manifiesto.

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