Las redes sociales y las plataformas de mensajería digital en Canarias son un hervidero porque en Tenerife quieren echar al turismo de la isla y han lanzado una campaña que afecta a todo el archipiélago. A modo de ejemplo, en Semana Santa de 2025 no hubo huelga de trabajadores en el sur de Gran Canaria pero sí en Tenerife porque allí son incapaces de despabilar. Y ahora de esos incidentes laborales, una agenda de turismofobia que los populistas y funcionarios de Las Palmas quieren trasladar a Maspalomas y Mogán. Entre los convocantes está Greenpeace que tiene que abonar el equivalente a 620 millones de euros en EE.UU, una cantidad que afecta a la matriz Greenpeace Internacional, por una denuncia tóxica contra una empresa de energía.
El Ministerio de Turismo turco confirmó recientemente un aumento de visitantes que coincide con la caída de reservas en Canarias, lo que sugiere un cambio de comportamiento del turista europeo, más sensible que nunca a la percepción de conflicto en el destino. Canarias, se encuentra en un punto de inflexión. Las cifras de llegada siguen siendo altas, pero la narrativa ya no es de celebración. La creciente tensión social, las amenazas a la sostenibilidad ambiental y la expulsión de residentes por la especulación turística han colocado al archipiélago en el centro del debate sobre el turismo del futuro.
En Tenerife los turoperadores han comenzado a reducir la exposición a ese destino pero el riesgo es que contamine a Gran Canaria con la turismofobia. Lo que antes eran cifras récord y euforia económica, ahora se ve empañado por protestas crecientes, vandalismo simbólico y una visible caída en las reservas hoteleras. Todo indica que los mensajes de los residentes de Tenerife, hartos de los efectos del turismo masivo, comienzan a calar entre los potenciales visitantes.
Tenerife, la joyita más visitada del archipiélago, sin playas, atrajo el pasado año a más de seis millones de turistas extranjeros. Sin embargo, el clima social ha cambiado. Las manifestaciones contra la turistificación han dejado de ser anecdóticas: piden la regulación urgente del alquiler vacacional, acusan al sector de inflar los precios de la vivienda y denuncian el deterioro de los espacios naturales protegidos.
Lejos de los eslóganes institucionales, han aparecido pintadas como “Mata a un turista” o imágenes de coches de alquiler incendiados, que han dado la vuelta al mundo. Las consecuencias no se han hecho esperar: los principales turoperadores británicos y alemanes ya reportan una desaceleración en las reservas hacia Tenerife para este verano.
La presión ciudadana también se ha trasladado a instituciones y medios internacionales. Los activistas exigen la devolución de los espacios públicos y que se priorice el bienestar de la población residente frente a los intereses especulativos. "Nos han robado el derecho a vivir en nuestra tierra", claman colectivos como Canarias se agota o La Palma Reverdece.
A esta tensión se suma la crisis habitacional. El auge de plataformas como Airbnb ha llevado a una transformación drástica del mercado inmobiliario. En muchos barrios, más del 40% de las viviendas están destinadas a alquileres turísticos, lo que ha desplazado a familias locales e inflado los precios de forma insostenible. Mientras Canarias enfrenta su particular tormenta, otros destinos comienzan a capitalizar la situación. Turquía, hasta hace poco eclipsada por España o Grecia, registra una oleada de nuevas reservas, especialmente de británicos, rusos y alemanes. Con resorts más baratos, una lira debilitada y un discurso menos hostil, el país euroasiático emerge como alternativa clara. Mientras tanto, las administraciones locales deben decidir si priorizan un crecimiento cuantitativo a toda costa o apuestan por un modelo más justo, regulado y sostenible. El mensaje está claro: el turismo, sin control, puede matar la gallina de los huevos de oro.