Que el Consorcio Maspalomas tenga que organizar “clases de autoestima” para su personal técnico y administrativo dice mucho, y nada bueno, sobre la salud interna de la entidad. Porque, ¿de verdad es necesario recordarles que su trabajo importa? ¿O es que llevamos años padeciendo la falta de liderazgo real y de compromiso en la gestión del principal destino turístico del sur de Gran Canaria?
Una jornada cualquiera del mes de mayo de 2025 en Sonnenland. Las oficinas del Consorcio Maspalomas, ese órgano bicéfalo que une al Cabildo de Gran Canaria y al Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana, abrieron sus puertas no para despachar papeles, sino para despachar inseguridades. El personal técnico y administrativo se sentó en círculo, sin corbata ni protocolo, dispuestos a enfrentarse al enemigo más peligroso de la administración: el miedo a cambiar.
Juan Ferrer, consultor y domador de egos corporativos, fue el encargado de ponerles un espejo delante. No un PowerPoint, no una leyenda urbana de Silicon Valley. Un espejo. Les habló de liderazgo como quien habla del pan: sin adornos. De inteligencia emocional como quien ha visto llorar a más de un jefe cuando se cae el Excel. Y de eficacia como quien sabe que en una oficina técnica de proyectos, o hay método o hay caos.
La formación no era un cursillo al uso. Era una declaración de intenciones. El Consorcio ha entrado en una nueva etapa, y ya no se conforma con parchear aceras o maquillar rotondas. Ahora se sienta con Turismo, con Urbanismo, con Vías y Obras. Se mezcla con Medio Ambiente, se acuesta con Energía y se levanta soñando con el proyecto "Impulsa Maspalomas". Porque el sur necesita más que sol: necesita músculo técnico y visión de largo recorrido.
La jornada fue presencial, en las oficinas del centro comercial Sonnenland. Una ubicación paradójica: hablar de transformación institucional rodeados de franquicias y parkings. Pero eso también es Maspalomas. Turismo, cemento y burocracia compartiendo espacio con la posibilidad de hacer las cosas mejor.
Los trabajadores no salieron de allí con diplomas de cartulina ni con frases de autoayuda pegadas en la frente. Salieron con algo más útil: preguntas. ¿Cómo mejorar el flujo de trabajo? ¿Cómo liderar sin jerarquía? ¿Cómo dejar de apagar fuegos y empezar a diseñar soluciones? La segunda sesión fue el 21 de mayo, y esta vez era para los técnicos del Ayuntamiento. No para oír una charla. Para compartir trincheras. Porque esto no va de un curso de autoestima. Va de ponerle alma a una maquinaria que siempre ha funcionado por inercia. Y cuando eso pasa, cuando alguien en la administración pública decide cambiar desde dentro, no hay sistema que se resista. Y si no, tiempo al tiempo.