En Playa del Inglés, la memoria del legendario Hotel Apolo de 1971 no es solo un recuerdo encapsulado en viejas fotografías, sino el alma latente de una transformación profunda y necesaria. Fue en ese año cuando el Apolo, símbolo de una época dorada, emergió sobre las dunas con su arquitectura audaz y su espíritu pionero, conquistando corazones de viajeros que buscaban en Gran Canaria un refugio distinto, un lugar donde la modernidad se mezclaba con la naturaleza salvaje. Ahora, décadas después, ese eco resuena con fuerza en los planes que pretenden devolver a Playa del Inglés no solo su prestigio, sino un futuro repleto de luz y posibilidades. Esa transformación tiene como nombre propio al empresario alemán Rembert Euling, dueño de la cadena MTS. “Lo que falta en la isla son hoteles de este tipo: pequeños con gran lujo", explicó el empresario antes de fallecer de forma súbita en 2023. El Bohemia era la joya de la corona de este gran impulsor del turismo en Canarias y al que ha título póstumo el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana prepara un homenaje por el Día Mundial del Turismo en septiembre de 2025.
Recorrer las calles y las playas es caminar entre fantasmas y promesas. El Apolo, con sus líneas rectas y horizontes abiertos, fue más que un hotel: fue un emblema del turismo que despertó Gran Canaria, el testigo mudo de miles de historias entre turistas, trabajadores y locales que vieron en aquella mole de cemento el motor de una vida pujante. Pero el tiempo no perdona y, con los años, esa joya empezó a desgastarse, reflejando en sus paredes las cicatrices de un modelo turístico agotado y desfasado.
Reducir para crecer. Pocas veces la paradoja se manifiesta con tal rotundidad en el ámbito turístico. El Bohemia sacrificó el número de habitaciones —de 134 a 67— y de plazas —de 219 a 115— para ganar espacio, dignidad, aire, superficie por huésped, y con ello, rentabilidad. Donde antes reinaba la densidad del turismo de masas, se impuso la holgura del lujo sobrio, sin estridencias. Las nuevas habitaciones, como celdas de un monasterio tántrico, crecen en superficie media de los 23,67 m 2 a los 37,93 m 2, y algunas, como las dos suites premium de 105 m 2, son auténticos apartamentos del placer estético. El resultado es una experiencia que huye de la vulgaridad masiva para abrazar el sosiego de lo selecto.
El símbolo más visible de esta mutación —casi diría transfiguración— es el restaurante 360°, erigido en la cúspide del edificio como una linterna mágica desde la que contemplar el horizonte líquido del mar y las dunas de Maspalomas. Pero no es solo un restaurante: es un manifiesto. Una proclama de intenciones. Un artefacto de mármol, vidrio y servicio impecable que recibe más clientes externos que internos —hasta un 70% de su aforo— y se ha convertido en lugar de peregrinación para gastrónomos, sibaritas, arquitectos y nostálgicos de los viejos cafés vieneses, reinventados a golpe de cocina atlántica y cócteles sublimes en su Atelier Bar.
Y como si todo ello no bastara, el Bohemia decidió romper otra lanza contra la rutina del modelo canario: fue el primer hotel de la isla en declararse "solo adultos". Nada de llantos infantiles, ni parques acuáticos, ni menús para niños. Aquí se viene a celebrar la adultez como estado mental, como logro vital, como prerrogativa estética. La decisión, arriesgada para algunos, fue sin embargo el motor del éxito: dio coherencia al relato de marca, definió un público objetivo sofisticado, redujo la dependencia de turoperadores y aumentó la fidelización de una clientela que busca, antes que camas, atmósferas. Se rediseñó la decoración, se rehizo la imagen corporativa, se reinventó incluso la actitud del personal, ahora entrenado en la liturgia del detalle.
El mercado respondió con aplausos y, lo que es más elocuente, con cifras: una producción incrementada en un 290%, una rentabilidad aumentada un 29%, tarifas que orbitan entre los 260 y los 340 euros por noche, y una ocupación media anual del 86%. El Bohemia no solo fue rentable; fue rentable con elegancia. Y lo fue sin renunciar a su autenticidad: premiado por TripAdvisor, por Condé Nast Johansens, por entidades bancarias que no suelen dar premios a los soñadores, sino a quienes hacen números sin traicionar la visión. Hoy es miembro de Design Hotels AG —uno de los dos únicos de Canarias—, y no sería descabellado imaginarlo como la semilla de un nuevo paradigma turístico para la isla: menos camas, más alma.
Lo que ocurrió en ese viejo solar del Apolo, hoy Bohemia, no fue solo una renovación hotelera. Fue un gesto de rebeldía estética contra la obsolescencia que asola las costas del sur. Fue, también, una declaración de principios en un territorio donde el turismo suele medirse en cabezas y no en corazones. Y fue, por qué no decirlo, una lección que muchos deberían estudiar con la humildad del discípulo que quiere —al fin— merecer el paisaje que habita.
Hoy, la ambición se traduce en proyectos como la remodelación del Hotel Bohemia Suites & Spa, un intento por reinventar el lujo y la exclusividad, respetando el entorno y apostando por la sostenibilidad. Junto a él, establecimientos como El Yate, Buganvilla y El Palmar se integran en el Plan de Modernización, Mejora e Incremento de la Competitividad (PMM) de San Bartolomé de Tirajana, configurando un nuevo horizonte para la zona, un horizonte donde la historia del Apolo es el punto de partida y la inspiración para un futuro más digno, moderno y respetuoso. Este renacer no es solo arquitectónico o económico, sino también cultural y emocional. Playa del Inglés se reinventa como un espacio que recupera su esencia sin olvidar sus raíces, donde la memoria del Apolo no es una reliquia muerta, sino un faro que guía a quienes buscan en la modernización una manera de mantener viva la llama del pasado, para que ilumine un futuro que hoy empieza a escribirse con esperanza, valor y pasión.
En aquel 1971, el Hotel Apolo se alzaba imponente en Playa del Inglés, como un gigante que parecía presidir el amanecer de la era turística en Gran Canaria. Era la época en que la isla despertaba con un hambre voraz de modernidad y progreso, cuando el turismo masivo aún se vestía de esperanza y no de saturación, y el sur comenzaba a atraer viajeros con un magnetismo casi primitivo. El Apolo, con sus 134 habitaciones y 219 camas, era un símbolo de aquella ambición, un coloso que se imponía en el paisaje dorado y brumoso, la promesa tangible de una nueva vida para la región. Pero como todo gigante, con los años llegó la hora de ceder ante la erosión del tiempo y la mutación del deseo humano. El hotel, que en sus días de gloria supo ser emblema de pujanza y modernidad, fue envejeciendo bajo el sol y el viento, y su grandiosidad comenzó a diluirse en la nostalgia de un pasado que no volvería.
Sin embargo, aquella memoria no se perdió en el olvido. El Apolo no fue solo un edificio, sino el arquetipo sobre el que se construyó la identidad turística del sur grancanario, la piedra angular que ahora se revisita para comprender la transformación radical que vive Playa del Inglés. Porque la renovación hotelera, hoy, no es solo un lavado de cara: es una redefinición de todo un ecosistema, un ajuste imprescindible para no naufragar en la irrelevancia. En este contexto, el Bohemia Suites & Spa emerge como un digno heredero, un descendiente renovado y sofisticado que recoge el testigo del Apolo con la audacia de quien sabe que la grandeza no está en la extensión, sino en la calidad y el detalle. La reforma redujo el número de habitaciones y camas, un gesto que habla de elegancia y exclusividad, de espacios pensados para el descanso profundo y la experiencia personalizada, alejándose del modelo antiguo de alojamiento masivo y anónimo.
Junto al Bohemia, otros establecimientos emblemáticos como El Yate, Buganvilla o El Palmar, inmersos en el Plan de Modernización, Mejora e Incremento de la Competitividad (PMM) de San Bartolomé de Tirajana, reflejan la misma corriente de cambio. El sur se reinventa no sólo con ladrillos, sino con una visión que prioriza la sostenibilidad, la calidad del servicio y la diversificación, alejándose del paradigma agotado de la cantidad y el turismo low cost. Este proceso, además, tiene una lectura social y económica profunda. Se trata de un modelo que aspira a elevar el nivel medio de ingresos, mejorar la calidad del empleo y promover una oferta que atraiga a un turismo más consciente, exigente y respetuoso con el entorno. Así, la renovación hotelera en Playa del Inglés no es solo un acto arquitectónico ni una operación de marketing, sino un paso estratégico hacia un futuro en el que la isla recupere la dignidad turística perdida y se posicione en un mercado global cada vez más competitivo.
Recordar el Apolo de 1971 no es solo evocar un pasado glorioso sino entender las raíces de un cambio necesario, una metamorfosis que habla de resiliencia, de capacidad para reinventarse y de una voluntad colectiva por elevar el espíritu de un destino que siempre ha sabido reinventarse a sí mismo, como si el viento y la arena no fueran obstáculos sino aliados en esa perpetua transformación.