Hay municipios donde los presupuestos se ejecutan y otros donde se entierran. San Bartolomé de Tirajana, epicentro turístico del sur de Gran Canaria, prefiere lo segundo. Un lugar donde el dinero fluye como el ron de garrafón en un bar de Playa del Inglés, pero cuyo ayuntamiento parece diseñado no para gestionar, sino para contemplar cómo todo se descompone mientras los concejales se hacen fotos con turistas nórdicos disfrazados de drag queen.
Presupuestaron 98,5 millones de euros en 2024. ¿Cuánto gastaron? Apenas un 40%. Más de 60 millones siguen sin ejecutarse, según reconoció el propio grupo de gobierno (PP-CC) tras la denuncia de la oposición. Una paradoja fiscal en el municipio con más camas turísticas de toda Canarias, más viviendas vacacionales que Palma de Mallorca y Formentera juntas —3.280 en total, según datos oficiales del Cabildo— y más turistas por metro cuadrado que palmeras en el barranco de Fataga.
El gobierno de la parálisis
El equipo que lidera Marco Aurelio Pérez, cacique político reciclado en tecnócrata por necesidad y supervivencia, gestiona como quien guarda el vino bueno para las bodas. 180.000 euros para contratar al Colegio de Psicólogos y diagnosticar la pobreza extrema que sus propios técnicos municipales ya habían detectado. Duplicidad, despilfarro o desvergüenza: elija el lector.
Y mientras, solo 1.000 euros para subvenciones deportivas en un municipio donde cada año se celebraban triatlones internacionales, torneos de fútbol base y campeonatos de windsurf. 100 euros para renovar el mobiliario urbano en parques. Una silla, quizás dos si se compra de segunda mano. Pero ni una sombra para los vecinos. El bienestar se subcontrata y la gestión se amontona como las colillas en el paseo marítimo de El Veril.
El paraíso que expulsa a sus propios hijos
La vivienda se ha convertido en objeto de ciencia ficción. El alquiler medio supera los 950 euros en Maspalomas, mientras la nómina media de un camarero no pasa de los 1.200. Resultado: jóvenes que se marchan a Telde, parejas que duermen en el coche, empleados turísticos hacinados en trasteros. Todo mientras florecen las viviendas vacacionales de 150 euros la noche en plena Avenida de Italia.
En Palma de Mallorca, se registran 1.006 viviendas turísticas , mientras que Formentera cuenta con 717 viviendas turísticas . Sumando ambas, el total es de 1.723 viviendas turísticas, significativamente menos que las 3.280 de San Bartolomé de Tirajana.
Y es que el municipio ha cedido su territorio al capital turístico sin contraprestación social alguna. Aquí no hay un solo parque industrial, ni plan de vivienda pública en marcha, ni estrategia para evitar la expulsión de la población local. La economía de sol y hamaca es rentable… pero solo para los que tienen propiedades o amigos entre los funcionarios de Urbanismo.
¿Dónde está el dinero, Marco Aurelio?
Un presupuesto inflado hasta los 98,5 millones —gracias a las transferencias estatales, europeas y del IGIC turístico—, y ni un proyecto cultural de calado, ni una política de empleo juvenil. A cambio, una retahíla de actos oficiales, recepciones, homenajes, festivales de folklore y fotos con trajes típicos. San Bartolomé vive una ficción institucional con aroma a vodevil canario.
Y cuando alguien levanta la voz, el aparato de propaganda responde: "trabajamos sin descanso", "los expedientes están en tramitación", "el Plan General está en revisión", "las inversiones llegarán". Excusas de manual. La política de Marco Aurelio Pérez es la política de la siesta con aire acondicionado.
El sur que se nos muere entre palmeras
San Bartolomé de Tirajana no está gobernado: está ocupado. Ocupado por una élite política que ha aprendido a no hacer, a no decidir, a no arriesgar. A sostenerse en el tiempo sin gestionar el presente. Un municipio con más ingresos que muchos cabildos, y menos ejecución que un ayuntamiento de medianías.
¿La consecuencia? Un tejido vecinal asfixiado, una clase media expulsada, una juventud que emigra, y un sector turístico que se sostiene solo, sin necesidad de un ayuntamiento que recauda como Estado y gasta como municipio en ruinas.
Bajo el sol de Maspalomas se tuestan turistas. Pero también se quema la credibilidad de un sistema político anquilosado, improductivo y alérgico al cambio. Y algún día, el sur de Gran Canaria despertará del espejismo. Aunque tal vez ya sea tarde.