El legado de la familia Millares Sall en el sur de Gran Canaria constituye un capítulo fundamental en la articulación cultural, artística y patrimonial del Archipiélago, más allá del foco habitual de Las Palmas de Gran Canaria. Aunque la obra de figuras como Manolo Millares o Agustín Millares Sall está más documentada en contextos urbanos y peninsulares, su influencia y presencia en el sur —especialmente en Maspalomas y San Bartolomé de Tirajana— tiene una dimensión simbólica y territorial que vale la pena reivindicar. el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, y su consejera de Cultura, Guacimara Medina, presentan una exposición sobre el legado artístico de la familia Millares Sall organizada por el Centro Atlántico de Arte Moderno.
La familia Millares Sall, originaria de Las Palmas de Gran Canaria, mantuvo históricamente vínculos con el sur de la isla y una vocación de integración con el paisaje. Desde mediados del siglo XX, algunos de sus miembros eligieron enclaves del sur para buscar un contacto más íntimo con la tierra canaria más ancestral y despojada. En estos parajes, se percibe la influencia de un paisaje casi primigenio en la poética visual de artistas como Juan Millares, Jane Millares Sall o José María Millares Sall.
En el sur de Gran Canaria —antes del boom turístico y urbanístico— el paisaje ofrecía un telón de fondo sobrio y metafísico, que dialogaba con las preocupaciones de los Millares: la memoria histórica, el desarraigo, la identidad atlántica y la abstracción matérica. Una figura especialmente activa fue Jane Millares Sall, no solo como pintora, sino como defensora del patrimonio canario tradicional. Su sensibilidad hacia las viviendas rurales, los oficios antiguos y el mundo campesino tuvo ecos claros en sus escritos y exposiciones, algunas de las cuales hicieron escala en municipios del sur. En tiempos en los que el desarrollo turístico amenazaba con borrar el legado material y simbólico del sur de Gran Canaria, Jane y otros miembros de la familia actuaron como conciencia crítica, proponiendo un modelo de desarrollo más respetuoso.
Hoy, cuando el sur de Gran Canaria lucha por recuperar una parte de su autenticidad cultural, el legado de los Millares sirve como guía ética y estética. Su mirada no fue extractivista ni exotizante, sino profundamente comprometida con la realidad social y la memoria del territorio. En este contexto, el estudio del paso de los Millares Sall por el sur no es solo un ejercicio de reconstrucción histórica, sino una oportunidad para repensar el papel del arte y la cultura en la configuración de modelos turísticos más sostenibles y arraigados.
En un archipiélago donde la luz y el paisaje han sido materia prima para artistas y poetas, Jane Millares Sall eligió también las sombras. A diferencia de otros creadores volcados en la exaltación estética de lo canario, su pintura trazó un camino de denuncia, memoria y resistencia. Desde el sur de Gran Canaria, entre Maspalomas y Las Palmas, su obra se convirtió en un grito contra el fascismo, la pena de muerte y la maquinaria imperialista. Un arte incómodo que aún interpela.
Nacida en el seno de una de las familias más influyentes de la cultura canaria del siglo XX —hermana de Agustín Millares Sall y de Manolo Millares, hija del catedrático represaliado Juan Millares Carló—, Jane supo convertir su biografía atravesada por la injusticia en una obra profundamente ética y universal.
“La cara del fascismo”: el arte sin metáforas
Una de sus obras más potentes es “La cara del fascismo” (1961), un retrato directo y brutal, sin lugar para la metáfora. El rostro monstruoso que presenta no necesita explicación. Se trata de una imagen frontal, con una mano en saludo fascista que ocupa un espacio desproporcionado, casi violento, como quien impone desde el lienzo su voluntad al espectador. Esta pintura, en plena dictadura, es una prueba de coraje expresivo, de mirada firme contra los verdugos de su tiempo.
“Bahía de Cochinos”: el lienzo como manifiesto
Ese mismo año, Jane pintó otra obra fundamental: “Bahía de Cochinos”. Aquí su lenguaje se vuelve aún más simbólico y complejo. Rojo y negro se funden en una composición dominada por la angustia. Aviones, bombas, cuerpos retorcidos, rostros agonizantes… y un puño que se alza como último gesto de rebeldía. La artista convierte el horror de la invasión de Cuba en una denuncia universal contra la injerencia militar. Una obra que parece gritar desde Canarias hacia el mundo.
En uno de los aviones, el espectador más atento puede descubrir las líneas que evocan la esvástica nazi. Jane no deja margen a la ambigüedad: la barbarie tiene rostro, tiene uniformes, tiene países y tiene cómplices. Su pintura es una declaración política, una toma de postura en un tiempo en que el arte solía refugiarse en lo decorativo o en lo abstracto para evitar la represión.
“El garrote vil”: la cruz de Juan García, el Corredera
En 1974, ya en el ocaso del franquismo, Jane pinta “El garrote vil”, una obra monumental dedicada a Juan García Suárez, el Corredera, última víctima del garrote en Canarias. Su muerte en 1959 marcó a toda una generación. Jane, casada con el periodista Luis Jorge —quien siguió el caso y dio parte al mundo de aquella ejecución—, transformó su indignación en imagen. El fondo negro absoluto no solo remite a la pena de muerte, sino también a la censura, a la oscuridad moral de un régimen que asesinaba en nombre de la ley. En el centro, la silueta de un cuerpo crucificado que recuerda a Cristo, una metáfora del martirio de tantos inocentes condenados por el franquismo.