Aquí hay siempre una doble lectura. Se vende el sur de Gran Canaria como la eterna postal, el sol que nunca se jubila, el motor incombustible del turismo canario. Pero bajo esa superficie de complejos hoteleros y urbanizaciones crecientes, el sistema eléctrico insular jadea. Y si hay algo que el poder establecido y las grandes compañías detestan es la incertidad en el suministro, porque el negocio se apaga con la luz.
Ahora, la filial de Endesa, E-Distribución Redes Digitales S.L.U., saca a la luz una inversión de 8,7 millones de euros para dos nuevas subestaciones eléctricas, en Agüimes y Mogán. El discurso oficial hablará de modernización y de evitar el "colapso energético". Y es cierto, en parte. Porque el eje Arguineguín–Playa del Inglés–Vecindario funciona hace tiempo al límite. Un destino turístico de primer nivel no puede permitirse apagones: no solo son cortes de luz, son golpes directos a la confianza de la máquina de hacer dinero. Y eso, señores, es innegociable. Hasta el Instituto Piadoso Eclesiástico Jesús Sacramentado sufre expropiaciones en este proceso.
El punto clave de este plan se ubica en Mogán. Esa nueva subestación descargará de tensión la ya agónica infraestructura de Arguineguín, que hasta ahora ha sido el único cordón umbilical eléctrico del suroeste grancanario. Nos la venden como un "pulmón eléctrico", una garantía de estabilidad. Pero es, sobre todo, una respuesta inevitable a un mercado que se ha concentrado sin un plan B viable, al menos hasta ahora.
Se instalarán nuevas líneas de media tensión y se reformarán cinco centros de transformación. La energía debe llegar no solo a los hoteles de lujo o a los centros comerciales, donde la inversión se justifica de inmediato. También debe llegar a los barrios donde reside la mano de obra, esos engranajes invisibles que hacen posible la economía del sur. Porque sin ellos, el paraíso no funciona. Y sin luz, tampoco.
Y como siempre ocurre cuando la infraestructura choca con los intereses, el avance tiene su letra pequeña. 16 propietarios verán sus terrenos afectados por la expropiación de suelo. En esa lista figuran desde organismos públicos como el Consejo Insular de Aguas, el Cabildo, el Ayuntamiento de Agüimes, y varias consejerías del Gobierno regional, hasta la mismísima Red Eléctrica de España. Pero la nota más discordante la pone el Instituto Piadoso Eclesiástico Jesús Sacramentado, que también sufre las expropiaciones.
Es la colisión habitual entre lo público y lo privado, entre la necesidad de la infraestructura y el derecho a la propiedad. La Consejería de Transición Ecológica y Energía del Gobierno de Canarias ha activado ya el proceso de información pública, un trámite imprescindible para blindar jurídicamente estas obras. Llega en un momento en que las islas discuten su futuro energético y la tan manida "transición ecológica". Endesa y su filial se desmarcan de las renovables en este proyecto, pero reconocen su necesidad para modernizar el sistema y dar soporte a futuros parques solares o eólicos. Una sutileza que conviene no perder de vista.
Este proyecto, más allá de los vatios y los cables, es una dura metáfora del presente canario. Somos una tierra que crece, que atrae capital y consume recursos, pero que ha descuidado su arquitectura invisible, esa que nos sostiene por debajo de la postal. La electricidad, como el agua o el aire limpio, solo cobra su verdadero valor cuando escasea. Y si algo nos ha enseñado la pandemia, y ahora la sequía energética en Europa, es que la seguridad en los suministros no es un lujo para los bolsillos holgados; es una condición básica de supervivencia para todos. El sur de Gran Canaria, tan acostumbrado a ser el escaparate idílico, se revela aquí como lo que es: un territorio estratégico con desafíos, contradicciones y, por qué no, una innegable capacidad de adaptación. Pero para mantener la luz encendida en el paraíso, hay que estar dispuesto a mirar y, a veces, a negociar, lo que ocurre bajo la tierra. Incluido el precio de la paz con la Iglesia.---
