¿Se imagina uno ir de vacaciones a Las Palmas en verano y encontrarse con el cielo como Glasgow o Hamburgo? Es como si fuera noviembre en Manchester, pero en julio y agosto. Los turistas esperan sol, pero se encuentran con un cielo encapotado, sin lluvia pero sin alegría, como un invierno suave fuera de temporada. Ahora bien, mientras Las Palmas está como Bremen, con cielos nublados y humedad, pero sin lluvia constante, el sur de Gran Canaria es un hervidero de sol y buen humor. Muchos grancanarios ya conocen la historia y se hacen con las reservas de apartamentos y viviendas vacacionales desde meses antes y, cuando el turista intenta buscar una alternativa una vez llegado al destino, se ve obligado a cumplir la condena de hacer vacaciones con nubes y taxistas mal encarados en vehículos low cost de la marca Dacia.
Cada verano, la historia se repite en Las Palmas. Decenas de miles de turistas, y no pocos residentes, ven cómo los días se suceden bajo un cielo plomizo, gris y cerrado. La brisa es fría. La humedad cala. Y lo que parecía una escapada al paraíso empieza a teñirse de algo más profundo que la decepción: tristeza, irritabilidad, incluso ansiedad. El culpable, conocido por los isleños de toda la vida, es la ya famosa panza de burro. Pero su efecto no es solo climático. También es bioquímico. Solamente habla bien de la panza de burro los casados que no tienen aspiraciones a mayores dosis de serotonina. Los funcionarios de márketing intentan darle un giro optimista a las entidades de promoción de turismo desde sus móviles en Playa del Inglés tostandose al sol.
La panza de burro es un fenómeno meteorológico causado por los vientos alisios, que acumulan nubes sobre la vertiente norte y noreste de la isla, especialmente en verano. Es un “verano al revés”: cuando el resto del mundo busca sombra, aquí se busca el sol. Pero no aparece. El problema no es solo lo que se ve —o no se ve— en el cielo, sino lo que ocurre en el cuerpo humano cuando falta la luz solar directa.
“La serotonina depende en parte de la exposición a la luz solar. Si durante varios días no hay sol, el cuerpo reduce su producción y eso impacta directamente en el estado de ánimo”, explica Beatriz Santana, psicóloga con consulta en Maspalomas. “Nos encontramos cada año con turistas confundidos, apáticos, incluso con síntomas de depresión leve”.
La serotonina, conocida como la “hormona del bienestar”, regula aspectos fundamentales del equilibrio mental: el ánimo, el sueño, el apetito, la energía vital. Y su producción natural se ve inhibida en condiciones de nubosidad intensa y persistente como las que se registran en la capital grancanaria durante julio y agosto.Desde hace años, instituciones públicas y operadores turísticos promocionan a Las Palmas como “ciudad de clima suave y sol todo el año”. Pero esa promesa se desmorona con la llegada de la panza de burro. Las familias que han reservado vacaciones esperando jornadas de playa y luz, se encuentran con una trampa climática no anunciada.
“Llegamos a Las Palmas por las fotos que vimos en una web oficial. Sol radiante, gente feliz. Pero en tres días no vimos el sol ni una hora. Mis hijos estaban insoportables. Yo estaba agotada. Terminamos alquilando un coche y yendo al sur”, cuenta Rosa, turista sevillana que pasó el pasado verano de Las Canteras a Playa del Inglés en pleno agosto. Y lo más grave, según los expertos, no es solo el engaño o la incomodidad logística, sino el efecto real en la salud emocional de las personas, sobre todo en familias, personas mayores o quienes ya están atravesando procesos emocionales complejos. Ese trasvase turístico de última hora que va de la capital al sur —a zonas como Meloneras, San Agustín o Arguineguín— no es gratuito. Genera colapso en la capacidad de carga, tensión en los servicios y una presión añadida sobre una planta alojativa que ya trabaja a máxima capacidad en temporada alta. Todo, por un fenómeno previsible pero silenciado.
“Lo más honesto sería decir la verdad: Las Palmas no es para el sol de julio. No pasa nada. Tiene otros valores. Pero si insistes en ocultar la panza de burro, lo que provocas no es solo frustración: provocas tristeza”, concluye Santana. Mientras tanto, en el sur siguen recibiendo turistas con el ánimo nublado y la serotonina por los suelos. Y aunque el clima ayuda a levantar el ánimo, no puede hacerlo todo. La honestidad institucional y el diseño responsable de las campañas turísticas también son salud pública.