Durante siglos, el sur de Gran Canaria fue un paisaje remoto, casi secreto. Ni en las rutas comerciales del Puerto de La Luz ni en los itinerarios oficiales de los viajeros ilustrados figuraban San Bartolomé, Fataga o Mogán. Pero algunos naturalistas, geólogos y exploradores europeos del siglo XIX sí se atrevieron a cruzar sus riscos y dejaron testimonio de un territorio árido, abrupto y hermoso, que solo sobrevivía gracias al ingenio campesino y a la persistencia del agua.
Uno de los primeros europeos en describir Gran Canaria desde una mirada científica fue Georg Hartung, geólogo alemán que recorrió las islas entre 1853 y 1854. En su Beiträge zur Geologie der Canarischen Inseln (1857), dejó constancia del contraste entre el norte húmedo y el sur seco, y destacó cómo los barrancos de Tirajana y Fataga estaban “profundamente erosionados y habitados por una población que vive casi como en la época prehispánica”. Hartung quedó impresionado por la estructura geológica de los grandes cañones meridionales y la adaptación del campesinado a un terreno tan abrupto.
También en el siglo XIX, el médico y botánico francés Sabin Berthelot, coautor de la monumental Histoire Naturelle des Îles Canaries (1835–1850), describió los valles del sur como “esqueletos volcánicos cubiertos por la ternura de los almendreros en flor”. Aunque su trabajo se centró más en Tenerife, Berthelot viajó varias veces a Gran Canaria y recogió testimonios de pastores de Tunte y agricultores de la Caldera de Tirajana. Destacó la existencia de acequias comunales excavadas en la roca volcánica, herederas directas del sistema hidráulico indígena.
Ya entrado el siglo XX, el etnógrafo alemán Erwin Hübner, en su Estudios sobre la cultura popular canaria (1909), relató un viaje a pie desde Santa Lucía hasta Mogán, describiendo cómo los habitantes de Fataga almacenaban higos pasados en cuevas frescas y cómo en Mogán se cultivaban tomates junto a barrancos casi desérticos. “El agua es medida con relojes de sol, y la propiedad del riego es objeto de más respeto que la propiedad de la tierra”, anotó.
Por su parte, el escritor francés René Verneau, que vivió en Canarias entre 1884 y 1887, recorrió también el sur de la isla como parte de sus investigaciones sobre la población guanche. Aunque centró su trabajo en los túmulos funerarios y en la cueva de La Audiencia (Temisas), Verneau fue uno de los primeros en documentar la existencia de almacenes (cuevas usadas para guardar grano) en los riscos de Mogán, y observó cómo muchos de los habitantes del sur seguían usando el gofio como base casi exclusiva de su alimentación.
A finales de los años 20 del siglo pasado, las primeras crónicas turísticas comenzaron a asomarse. En 1929, el periodista inglés Edward Hutton, autor de Canary Islands (Methuen & Co., 1929), escribió que “el barranco de Mogán es uno de los paisajes más extraordinarios de la isla: árido, vertical, de un rojo marciano... y, sin embargo, salpicado de jardines escondidos donde florecen los mangos y las buganvillas.”
Hasta la apertura de la carretera de Mogán en 1931, el acceso a estas zonas era exclusivamente por mulas o a pie. La economía se basaba en el autoabastecimiento, el tomate invernal de exportación y el uso de sistemas comunales de reparto de agua. No existía red eléctrica ni escolarización completa. El analfabetismo era mayoritario, pero la autosuficiencia también.
Esos viajeros, muchos de ellos científicos, no venían a buscar playas ni climas suaves. Lo que encontraron fue otra cosa: una cultura rural profundamente adaptada a la escasez, un equilibrio ecológico ancestral y una forma de vida que, si bien empobrecida, conservaba estructuras de solidaridad y conocimiento comunitario desaparecidas hoy.
En los riscos donde René Verneau observó cuevas comunales hoy se alzan apartamentos turísticos. Las terrazas agrícolas que impresionaron a Hübner han sido sustituidas por hoteles y avenidas. Pero en cada curva del viejo camino de Fataga o en cada acequia seca de Mogán queda el eco de aquella Gran Canaria secreta que los viajeros, entre asombro y respeto, supieron retratar.