Tu dirás que hay que proteger para que en El Hierro las personas mayores tengan sus casas limpias, productos de farmacia al día en Tegueste o pagar esa actividad de interés general para el Ministerio de Cultura que se llama Fiestoron de Arucas en Las Palmas. En el sur de Gran Canaria, esa factoría de sol y playa que es Maspalomas, Playa del Inglés o Mogán, nos vende una historia de éxito rotundo, un quinquenio de "prosperidad impulsada por el turismo" que, a primera vista, parece casi milagroso. Los datos, esos que siempre hay que mirar con lupa, cantan una reducción de la pobreza o exclusión social (el famoso indicador AROPE) que ha pasado del 41,8% al 31,2% en diez años. Y los ayuntamientos con más plazas hoteleras presumen de tasas de paro notablemente inferiores a la media canaria. Cifras bonitas, sin duda, que parecen avalar el mantra de que el turismo es la panacea. Pero, como casi siempre, los milagros en economía suelen tener truco.
Se insiste en el "relevante papel" del turismo como motor de arrastre, ese efecto multiplicador que por cada 100 euros generados directamente, se suman 44,3 en otras ramas, y por cada 100 empleos, 44 indirectos. Una maquinaria perfecta, se diría. El comercio, los servicios, la construcción… todos bendecidos por la demanda del turista.
Mientras se nos glorifica el turismo reglado, ese de los hoteles de toda la vida, el fenómeno de las Viviendas de Uso Turístico (VUT), ese caballo de Troya en el modelo, se cuela por la puerta de atrás. Y la comparativa fiscal que nos presentan desde el Gobierno de Canarias no tiene desperdicio: un hotel de 3 o 4 estrellas genera 8.213 euros de ingreso fiscal por plaza al año. Una VUT gestionada profesionalmente, apenas 2.773 euros. Y si la VUT es de propietario individual, la cifra se desploma a 1.103 euros.
La contribución fiscal es dramáticamente inferior. Es decir, mientras el "modelo" nos saca pecho con sus bondades, el "fenómeno" de las VUT nos hurta ingresos fiscales, descapitalizando la capacidad de las arcas públicas para reinvertir en esos servicios que sostienen la "prosperidad". Un auténtico agujero negro en el sistema.
Pero la traca final llega con el análisis de la presión humana. Porque resulta que en 2024, ese año de presunta bonanza y récords, solo el 15% de la presión humana media diaria en Canarias se debía a los turistas. El 85% restante, amigos, es población residente. Y el incremento de esa presión humana diaria en 147.000 personas desde 2019 (+5,9%) tiene un nombre y apellidos que a nadie le interesa pronunciar en voz alta: más de la mitad, un 55,6% (82.000 personas), se debe al aumento de residentes empadronados.
Y aquí está el dato que deberían grabarse a fuego los profetas del "turismo sostenible": de ese aumento de turistas diarios que contribuyen a la presión (65.000 de media), ¡el 67,8% son turistas alojados en VUT! Es decir, el modelo oficial nos vende la moto de que el turismo crea prosperidad, pero oculta que una parte creciente de esa "prosperidad" viene de un aumento de población residente que presiona los servicios y un turismo, el de las VUT, que aporta fiscalmente una miseria en comparación con el hotelero.
Así que, en San Bartolomé de Tirajana se cuelgan medallas con la reducción del paro, la verdadera historia es que el boom turístico ha venido acompañado de una burbuja de viviendas vacacionales que no tributan a la par, y de un aumento de población que el sistema no siempre absorbe con la misma facilidad. El relato de la prosperidad es innegable en los números macro, pero el detalle fino, el que molesta, el que desnuda la cruda realidad, nos dice que esta "prosperidad" tiene grietas importantes y que la factura de la sobrecarga, de la falta de vivienda y de los servicios tensionados, la estamos pagando entre todos, mientras unos pocos disfrutan de un modelo que fiscalmente es un auténtico chollo. La historia del sur de Gran Canaria es la de un éxito, sí, pero un éxito con asteriscos, con letra pequeña, y con el fantasma de la insostenibilidad asomando por cada esquina. Y eso, querido lector, no es un milagro, es la consecuencia de no mirar más allá de la cuenta de resultados.