Esto no es una guía de ocio, ni un panfleto promocional de la idílica Gran Canaria. Esto es un manual de supervivencia para el turista que pisa el sur de la isla con la cartera abierta y el cerebro en modo vacaciones. Aquí, donde el sol quema tanto como la ingenuidad, se ha gestado una industria paralela a la del mojito y el todo incluido: la del arte de la estafa. Y si creéis que la hospitalidad es lo único que se cultiva, estáis más equivocados que un político prometiendo transparencia.
El carterista, ese artista incomprendido
Empecemos por los bailarines del asfalto, esos carteristas que no se conforman con un simple tirón. No, señor. Aquí el hurto es una disciplina, casi una coreografía. El "truco fotográfico" es para enmarcar. Te pillan en un mirador de Maspalomas, te piden una instantánea, y mientras tú pones tu mejor cara de felicidad, el "explorador" te sonsaca la vida, la patria y hasta el color de tus calzoncillos, todo para echarle un ojo a tu pecunio. Si la cartera asoma gorda, la red se activa. Sus compinches, esos extras omnipresentes, entran en juego, y tu monedero echa a volar, sin billete de vuelta. Puro arte, os digo.
Qué me decís del "cambio de dinero", esa exquisitez que vivió un veraneante en un aparcamiento de cualquier centro comercial. Un tipo te aborda, amable como un cobrador del frac, pidiendo una monedita para el carrito. Tú, con la buena fe por bandera, le abres el cofre de tus ahorros. Él escanea, memoriza. Y luego, el número principal: una mujer se desploma "accidentalmente" a tus pies. El micro-segundo de pánico, el gesto de ayuda… y ¡zas! La cartera, con tus papeles del DNI y las tarjetas de crédito, ha mutado. Una obra maestra del despiste.
Cuando lo amable sale por un ojo de la cara
En esta tierra del "no pasa nada, hombre", el exceso de confianza es el mejor cebo para la rata. ¿Te ves en un supermercado de Playa del Inglés? Ojo a los predicadores de la pulsera de la amistad. En el parking subterráneo, te asaltan con un abalorio. Un fotógrafo, con la paranoia profesional de quien ha visto de todo, tuvo la "mala suerte" de cerrar el coche. ¡Error de novato! El vendedor, frustrado por el botín esquivo, se conformó con plegarle el retrovisor. Moraleja: cierra el puñetero coche, aunque solo vayas a tirar el carrito. La desconfianza, aquí, es la mejor armadura.
Y si te da por contemplar las vistas celestiales del sur de Gran Canaria, ten cuidado con el "truco del coche" en los miradores. Mientras te embobas con el paisaje, unos tipos con más imaginación que un dramaturgo te montan un número para distraerte. Aparcas, y de repente, el maletero de tu coche de alquiler se abre "mágicamente" antes de que tu cerebro procese el cierre centralizado. La velocidad con la que esos "turistas" se esfuman con tus maletas es inversamente proporcional a la lentitud con la que tú comprendes que te la han metido doblada. El consejo de una afectada es para enmarcar: "Lleven todos los objetos de valor del coche. Y si es posible, no cierren el coche con la llave". Brillante.
El negocio de los aparatos de contrabando mental
Pero donde la picaresca alcanza el doctorado es en el próspero mercado de la "tecnología de ocasión". En cualquier calle comercial del sur, te abordan con una sonrisa de oreja a oreja, te hablan en tu idioma, y te venden un filtro de cámara inservible por un dineral. El robo no es el fin; la creación de una "necesidad" inexistente es el inicio de la estafa.
Más sutil, más perverso, es el "truco técnico". Una pareja de jubilados, paseando por el litoral, se topa con un "comerciante" que les ofrece una tablet "sin impuestos", que acaba siendo un pisapapeles viejo, una tarjeta SIM "con acceso a todos los periódicos del mundo" que no vale ni para envolver el bocadillo, y un móvil de "regalo" que, claro, pagas a precio de oro. Todo esto, entre el bullicio orquestado y con el disimulo de la mano cubriendo el datáfono. Una "mafia" que, según la víctima, "opera así", y que tiene predilección por los jubilados. Las "gangas" que solo entienden ellos.
Y si eres de los que regatean, ten cuidado. Otro incauto casi se lleva a casa tres tablets falsas. La amenaza de la policía, ¡qué remedio!, parece ser la única garantía para recuperar algo de la inversión en tecnología china. Ni las excursiones se salvan. Una turista reserva un vuelo en parapente biplaza a un "vendedor ambulante", paga una suma considerable, y el "guía", como era de esperar, se esfuma con el dinero. Y la burocracia, sin intérprete, es la puntilla.
Ni en la playa más idílica se está seguro. La perspicacia de estos depredadores es inversamente proporcional a la atención del turista. La cartera, el DNI, la tarjeta de crédito... adiós. Y para los que esperan paquetes del "continente", la guinda del pastel: el fraude por "SMS postales". Al regreso de vacaciones, un mensaje de Correos te pide 1,80 euros para un paquete. Tú, iluso, metes tus datos bancarios y ¡zas!, mil euros menos. La creatividad para vaciar bolsillos no conoce límites en estas islas, sobre todo en fechas donde la nostalgia se mezcla con la prisa.
Así que, en resumen, el sur de Gran Canaria no es solo sol y playa; es también una escuela de vida para el despistado, un máster en la desconfianza para el que llega con los ojos cerrados. Si no quieres engrosar las filas de los estafados, toma nota: desconfía de las gangas, cierra el coche como si llevaras oro dentro, y asume que la amabilidad extrema, a veces, tiene un precio oculto. La hospitalidad canaria es real, no lo dudo, pero convive en perfecta armonía con una fauna que sabe, como nadie, cómo aprovecharse de la descuidada naturaleza del turista. Así que, ¡cuidado con la cartera!
