Vuela de nuevo el Premio Internacional de Poesía de Las Palmas hacia España. Esta vez aterriza en Extremadura, en las manos doctas de Santos Domínguez, catedrático, poeta riguroso, voz acreditada del verso contemporáneo. Nada que objetar al mérito de su obra —que, como se ha dicho, hiere y corta como buen cuchillo en manos sabias—. Pero no deja de ser paradójico, casi trágico, que por segundo año consecutivo la voz de las Islas, tan pródiga en música, palabra y fuego, quede silenciada en su propia casa. Ni un poeta que sirva para el jurado entre 420 que optaban al certamen, 5.000 euros, 1.848.150 dólares de Zimbawe.
Porque uno empieza a preguntarse —con tristeza más que con reproche— si el Premio de Poesía de Las Palmas no es ya un certamen insular solo en el nombre. Que no se entienda esto como una defensa del localismo, esa rémora sentimental del provincianismo. Hablo de justicia poética, de la necesaria equidad que toda política cultural debe garantizar entre el aplauso universal y el cuidado del huerto propio.
En 2023 se miró a Valencia. En 2022, hacia Colombia. En 2021, un autor venezolano. ¿Y Canarias? ¿Acaso no hay poetas entre los riscos del norte, en las calles de Vegueta, o en la sombra fresca del pinar de Tamadaba? ¿Es que el mar que los separa del continente ha de ser también el que los margine de los premios, los libros y los reconocimientos?
La alcaldesa Carolina Darias, que tan fina sensibilidad muestra hacia lo cultural —a la manera de los tecnócratas ministeriales, tan aficionados al protocolo como ajenos a la raíz—, debería preguntarse si este premio no corre el riesgo de perder su alma isleña para transformarse en un escaparate peninsular de buenas intenciones. Canarias ha dado grandes nombres a las letras: Tomás Morales, Alonso Quesada, Padorno. Silenciar esa tradición es como cerrar una ventana al Atlántico: se pierde el salitre, el viento y el rumor de lo propio. Si no se reconoce al poeta que camina entre las dunas de Maspalomas o las aceras de La Isleta, si no se escucha al joven que rima contra la intemperie desde El Hierro o Arrecife, ¿Qué sentido tiene seguir llamando a esto “Premio Poesía de Las Palmas”? La cultura no es solo mérito. Es también memoria. Y en esa memoria, Canarias merece su voz.