Martes, 21 de Octubre de 2025
Maspalomas24h
HISTORIAPinar de Santiago: Cuando el Apóstol conoció las bacanales del sur de Gran Canaria

Pinar de Santiago: Cuando el Apóstol conoció las bacanales del sur de Gran Canaria

Y. V. Maspalomas24h Sábado, 28 de Junio de 2025

Hay lugares en el sur de Gran Canaria donde la historia, esa dama caprichosa, se confunde con el murmullo de la leyenda, y la piedad, con el jolgorio más pagano. Uno de esos enclaves es el Pinar de Santiago, hoy un remanso entre pinares jóvenes y aire limpio. Pero bajo esa apariencia de quietud, se esconde una crónica de proporciones picarescas, un cuento donde la fe y el desenfreno se dieron la mano de forma tan entusiasta que obligaron al mismísimo Santiago Apóstol a emprender una huida. Aquí, señores, en este rincón de San Bartolomé de Tirajana, las bacanales no fueron un rumor, sino una sentencia.

La fábula, esa savia que nutre la memoria popular, nos habla de marineros gallegos. Sorprendidos por una tormenta de las que erizan la piel, se encomendaron al Apóstol, prometiendo ermita si les salvaba el pellejo. Y la salvación llegó, dicen, con la visión de las Cumbres de Tirajana y el desembarco en Arguineguín. Subieron, imagen a cuestas, hasta el Morro o Lomito de Santiago, donde la devoción levantó una ermita de piedra y barro. Esa imagen, Santiago "el Chico", ahora compatrono de Tunte, vuelve cada julio en romería, un recuerdo de su antiguo emplazamiento. Pero la ironía, como la buena ginebra, es añeja: esa romería es el eco de un exilio provocado por sus propios devotos.

La ermita, que sobrevivió a varias reconstrucciones hasta mediados del siglo XX, era un punto de encuentro, sí, pero con excesiva alegría. El cénit del escándalo llegó en 1850. Al Obispo Codina, hombre de orden y pío, le llegaron los chismorreos desde la sierra: el santuario se había transmutado en un epicentro de "bacanales, fiestas paganas". Imaginen la escena: gente "a lomos de las bestias" dentro del sagrado recinto, el vino corriendo, el jolgorio desatado. No era devoción lo que se cocía allí, sino una explosión de la vida misma, ajena a cualquier liturgia.

Allá, en Las Palmas, siempre tan restrictiva con el sur de Gran Canaria, no podía fallar. La jerarquía eclesiástica, claro está, no pudo mirar para otro lado. El desmadre era tal que el Obispo no tuvo más remedio que ordenar al párroco el traslado inmediato de la imagen a la iglesia de San Bartolomé. El Apóstol debía abandonar el morro donde había sido venerado para escapar del jaleo, del pecado y, quizás, del vaho de ron con miel por orden del Obispo Codina.

Pero tras el velo de la moralina, hay siempre una verdad más mundana, más prosaica. Los historiadores, que no se andan con gaitas, lo intuyen: el control económico. Las ofrendas al Apóstol eran sustanciosas, las arcas de la ermita, "generosas". Pero una ermita en la cumbre, aislada, era un pozo sin fondo para el descontrol. El control de los fondos era "bastante difícil", y el saqueo, "muy frecuente". El traslado de la imagen no solo fue una cuestión de purificar las almas, sino de poner en caja las monedas. El Apóstol, como buen patrón, también generaba beneficios, y esos beneficios, en manos del clero, siempre estarían más seguros lejos de la farra y de los aprovechados.

A pesar de los bailes y los excesos, la historia documentada nos ancla a una realidad fascinante. La ermita, con su humilde hechura, ya existía antes de 1589. María de Morales, vecina de Telde, lo consignó en su testamento de abril de 1589: su padre, Diego de Morales, "hizo la iglesia de señor Santiago". Y el lugar, antes incluso que la ermita, ya tenía nombre. Desde el siglo XVI, era conocido como "Valle de Santiago". Diego de Morales, en solicitudes de tierras de 1542 y 1543, se refiere a él como "valle sede de Santiago". Ah, el matiz de las palabras. "Sede", nos recuerda la RAE de 1783, no solo es asiento, sino "dignidad de Obispo... Sumo Pontífice... Apostólica Católica Romana". Es decir, un alto contenido de espiritualidad religiosa. El lugar, por tanto, tenía una impronta sagrada, una autoridad implícita, que la juerga posterior, por más ruidosa que fuera, no pudo borrar.

El nombre de "pinar" para un lugar que hoy tiene "pocos y jóvenes ejemplares" nos habla de una historia de desforestación salvaje. De aquí, y de Ayagaures, se extrajo a finales del XVI y principios del XVII la mejor tea, madera preciosa para iglesias y conventos por toda Gran Canaria. Hoy, la ermita es apenas un puñado de piedras y cemento. Pero el Pinar de Santiago es ahora un área recreativa donde los pinos jóvenes reclaman su sitio. La visita merece la pena, no por los restos arquitectónicos, sino por la densidad de historias que emanan de cada recodo: la promesa del marinero, el eco de los cánticos y, sobre todo, la desinhibida algarabía de aquellas bacanales que, por un tiempo, hicieron del Apóstol de Santiago el patrón de una fiesta inolvidable en las cumbres de Gran Canaria. Un lugar donde lo divino y lo humano se mezclaron con descaro.

Más contenido

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.