Hay victorias que no se celebran con champán ni con notas de prensa. Que no se anuncian desde los balcones ministeriales ni se deslizan en los desayunos informativos de la CEOE. Son éxitos soterrados, envueltos en silencio burocrático, conseguidos más por inacción que por estrategia. Uno de ellos es el triunfo incontestable de Aena en abortar —con guante blanco y cara de póker— la implantación de la Quinta Libertad del Aire en Canarias.
Sí, el famoso hub intercontinental en el Atlántico medio. El "Singapur del aire" que prometieron algunos políticos de cabildo y media docena de empresarios con cierta visión, y que hoy duerme el sueño de los justos en una carpeta arrugada del Ministerio de Transportes.
La Quinta Libertad, para el lector no versado, es el derecho a que una aerolínea de un país tercero opere vuelos con escala en tu territorio, cargando o descargando pasajeros o mercancías con destino a otro país. Es el principio que ha convertido a aeropuertos como Dubái, Doha o Casablanca en plataformas logísticas de escala mundial. Y que podría haber hecho de Gando o Tenerife Sur el punto neurálgico entre Europa, África y América.
Pero no. Aquí no.
El enemigo no estaba en Rabat ni en Lisboa, sino en Madrid. Aena, ese mastodonte semipúblico con vocación de agencia tributaria del aire, no veía con buenos ojos el experimento canario. No lo dijo así, claro. Aena nunca dice que no. Aena pide "estudios de viabilidad", "análisis de carga", "previsiones fundadas de interés de aerolíneas"… Y mientras encarga papeles y saca informes de cajones, pasa el tiempo, y el tiempo es la mejor forma de matar una idea sin dejar huellas.
¿Dónde estaban los ministros canarios cuando esto se cocía? ¿Y los diputados del archipiélago, tan activos para pedir subvenciones al transporte de viajeros pero tan callados con el transporte de mercancías? ¿Por qué no hubo ni un solo pacto de Estado regional que empujara la Quinta Libertad como se empuja el REF o las ayudas al plátano?
La respuesta es doble: Primero, porque en Canarias el cortoplacismo es rey: se gobierna con la vista puesta en el siguiente vuelo de Ryanair, no en las cadenas logísticas globales. Y segundo, porque en Madrid jamás hubo interés real en permitir que un aeropuerto periférico robara protagonismo a los intereses del eje Barajas-El Prat.
Aena ha ganado sin disparar una bala. El archipiélago sigue siendo un destino de sol barato y jubilados alemanes, no un nodo entre continentes. Las pistas están, la ubicación también. Lo que no hay es visión ni voluntad.
Canarias no tendrá Quinta Libertad. Y Aena puede seguir gestionando aeropuertos como si fueran aparcamientos de low cost. Eso, señores, es un éxito. Un éxito de Estado. Pero no para Canarias. Para los de siempre.