Maspalomas —Hay quien dirá que todo va bien, que el turismo sigue disparado en Canarias, que la planta alojativa goza de salud y que los datos son "históricos". Que Tenerife y Gran Canaria están por encima de la tarifa media diaria regional (119,32 €), que el gasto por turista y día sube hasta los 176,87 €, y que el total del gasto alcanza ya los 22.350 millones de euros. Que los británicos siguen tirando del carro con el 35% del gasto total, y que hasta El Hierro, el pariente pobre del turismo canario, crece a un ritmo del 10,3%. Pero vengan conmigo al sur de Gran Canaria, a Maspalomas, y veamos si estos fuegos artificiales no ocultan un incendio de fondo.
En Maspalomas, todo parece lo de siempre: sol, playa, jubilados centroeuropeos, hoteles llenos. Pero el suelo tiembla. No por los turistas, sino por el modelo. La tarifa media diaria de los hoteles grancanarios en 2024 fue de 123,47 €, un crecimiento del 22% desde 2022. Y, sin embargo, el margen de beneficio no ha seguido el mismo ritmo. ¿Por qué? Porque el coste de operar en Canarias, y especialmente en el sur de Gran Canaria, se ha disparado. El personal cuesta más, cuando se encuentra. La energía, pese al clima, no es barata. La renovación hotelera, bloqueada por planes urbanísticos que viven en la era del fax, se eterniza. Y la competencia, de Egipto a Cabo Verde, no espera.
Lo que está pasando en Maspalomas es un aviso para navegantes: la euforia de los números no tapa las goteras del modelo. Gran Canaria crece menos que sus competidoras inmediatas: un 8,65% frente al 12,35% de Tenerife o el 11,75% de Fuerteventura. El crecimiento acumulado desde 2019 apenas supera el 10%, la mitad del de Fuerteventura (31,49%) y bastante por debajo del 25,39% de Tenerife. En gasto turístico, Gran Canaria también va por detrás: solo un 1,11% más que en 2023, frente al 8,39% de Tenerife o el 9,55% de La Palma.
¿Y qué decir de la planta alojativa? Las cifras del ISTAC confirman que, desde 2019, Gran Canaria ha perdido plazas. El descenso del 6,75% en plazas de alojamiento en todo el archipiélago es generalizado, y Maspalomas, que debería ser el motor, es parte del problema. Los hoteles se llenan, sí, pero no se renuevan. Se vive del rédito del sol garantizado y del low-cost aéreo, pero sin invertir lo suficiente en lo que viene: sostenibilidad, digitalización real, segmentación de la oferta. Mientras tanto, los macroproyectos se eternizan entre papeles.
En Las Palmas de Gran Canaria se hacen congresos, se firman informes, se recogen premios de sostenibilidad. Pero en Maspalomas falta algo más difícil de medir: una idea clara de futuro. ¿Puede esta joya del turismo mundial seguir compitiendo con hoteles envejecidos, escasez de personal y una dependencia casi total del cliente extranjero (el 88,33% en 2024)? ¿Puede Gran Canaria seguir siendo rentable con una cuota de mercado que cae del 29,1% de las plazas alojativas al 25,6% de los turistas?
Los políticos sacan pecho con la "recuperación del turismo" y las "cifras récord". Pero no dicen que seguimos dependiendo del Reino Unido y Alemania como en los años 90, ni que el turismo nacional apenas representa un 11,17% del total. No dicen que los datos se comparan con 2019 porque entonces ya llevábamos una década estancados en el mismo modelo.
Maspalomas, con sus dunas y su historia, con su clima envidiable y su gente trabajadora, debería liderar un cambio. Pero hoy, más que locomotora, parece vagón de cola. Hasta que no miremos más allá de la tarifa media diaria y exijamos un nuevo pacto para el turismo, no habrá transformación posible. Solo cifras, informes, y otra temporada más que pasó sin pena ni gloria.