En la superficie, unas elecciones a la Cámara de Comercio. En el subsuelo, una maniobra de alcance mucho más profundo al intento en su día de Juan Acosta, del que nunca más se supo una vez obtenida una vicepresidencia en medio de una crisis de sus empresas en Arinaga: la construcción de un nuevo poder económico con epicentro en Maspalomas y tentáculos bien engrasados en el Cabildo, en la gran empresa energética y, cómo no, en las terminales aéreas de la isla. Porque esta historia no va solo de hoteles ni de despachos con vistas al mar: va del control del aeropuerto, de la energía, del relato institucional y de los resortes reales del poder. En 2026 hay cambios de accionariado en cadenas hoteleras que están en venta en el sur de Gran Canaria y llegará el pulso por el control del suelo en Santa Águeda. La expansión hacia Mogán es imparable.
La candidatura que se está articulando desde Maspalomas no solo aspira a colocar a uno de los suyos —o de los que parecen suyos— en la presidencia de la Cámara de Comercio. Quiere mucho más. Quiere que ese órgano, históricamente manejado desde la capital y convertido durante décadas en feudo burocrático al servicio del "buenismo" económico, se convierta en una plataforma operativa al servicio de una nueva élite económica del sur. Una élite que, a diferencia del empresariado tradicional, no teme mancharse las manos en política institucional, ni tiene reparos en asociarse con fondos de inversión extranjeros para avanzar su agenda.
Esa agenda incluye tres objetivos tácticos perfectamente delimitados: La dirección ejecutiva de la Cámara en el sur, la recuperación del aeropuerto para la isla y la presión sobre Endesa (y por tanto Enel).
La dirección ejecutiva de la Cámara en el sur: Una decisión simbólica, sí, pero también operativa. Alejar el músculo administrativo del entorno capitalino significa quitarle influencia a los históricos del comercio, del puerto, del import-export. Es declarar que el futuro de la economía insular no se decide ya en Triana ni en la Autoridad Portuaria, sino entre campos de golf y consejos de administración hotelera.
La recuperación del aeropuerto para la isla: Bajo la fórmula jurídica de una “encomienda de gestión” impulsada desde el Cabildo, se busca arrebatar a AENA la capacidad de decisión sobre el modelo aeroportuario de Gran Canaria, y con ello, sobre el tipo de turismo y de conectividad aérea que interesa. No es una expropiación. Es un intento de devolver al control insular la puerta de entrada del 90% del PIB turístico de la isla. Si lo logran, será una victoria con repercusiones a nivel estatal: otro símbolo de que las islas, al menos algunas, ya no se fían de Madrid para planificar su destino.
La presión sobre Endesa (y por tanto Enel): El sistema energético insular sigue siendo un cuello de botella. Las renovables no despegan, los nudos de evacuación están bloqueados y la burocracia energética, convertida en arma de poder, ralentiza inversiones clave. El sur —que no se resigna a depender de generadores obsoletos ni a frenar su crecimiento— ha puesto el foco en forzar a Endesa a moverse, y lo hace desde varios frentes: Cabildo, Cámara y operadores privados. El mensaje es claro: si la energía es poder, hay que recuperarla.
Lo que se está fraguando en Gran Canaria no es una revolución de pancarta ni una rebelión de clase media. Es un movimiento quirúrgico, bien financiado, con alianzas transversales y un objetivo claro: descentralizar el poder económico de la isla y reubicarlo donde realmente se produce la riqueza: Maspalomas. A medio plazo, esto implicará cambios en el reparto de subvenciones, en las infraestructuras críticas, en los órganos de planificación urbanística y, por supuesto, en el mapa de lealtades políticas. ¿Resistirá Las Palmas este embate con el viejo arsenal de la inercia institucional? ¿O veremos un acuerdo pragmático entre norte y sur, entre tradición y nuevo capital, para evitar la fractura? Por ahora, el sur juega sus cartas con sigilo y eficacia. Y lo que parecía una simple elección corporativa empieza a parecerse peligrosamente a una partida de ajedrez con aroma de reconquista.
