La maquinaria báltica se engrasó este invierno en Maspalomas. Mientras el turismo europeo recuperaba ritmo tras la sacudida en Oriente Medio, dos aviones Airbus A220-300 de airBaltic aterrizaban en Gran Canaria para quedarse. La aerolínea letona —tradicionalmente asociada a los corredores helados del norte de Europa— inauguró en diciembre su primera base fuera del Báltico, nada menos que en el Aeropuerto de Gando. El destino no fue casual.
Desde esta base estacional, airBaltic ha lanzado más de una decena de rutas que conectan el sur de Gran Canaria con el norte del continente: Riga, Tallin, Vilna, Oslo, Copenhague, Tampere o Billund. En total, más de 17 frecuencias semanales que, sumadas a la eficiencia de sus Airbus y a una clientela dispuesta a gastar, están reformulando los flujos aéreos de invierno. Todo desde Maspalomas.
Pero detrás de la operativa hay movimiento de fondo. Esta semana, la Oficina Federal de Cárteles de Alemania dio luz verde a un paso que podría redefinir el equilibrio aéreo europeo: la entrada de Lufthansa en el capital de airBaltic. El grupo germano ha adquirido acciones convertibles equivalentes al 10 % del capital por 14 millones de euros. Una inversión modesta —a escala Lufthansa—, pero con importantes implicaciones estratégicas.
Según el presidente de la autoridad de competencia, Andreas Mundt, la operación plantea “preocupaciones sobre la competencia” en varias rutas entre Alemania y los países bálticos. Mundt admite que, aunque las rutas afectadas son de “mercado menor”, su importancia relativa para ciertas ciudades y regiones es significativa. “Tuvimos que aprobar la fusión porque las rutas afectadas son de ingresos bajos, y la ley no nos permite intervenir en esos casos”, zanjó.
Sin embargo, los reguladores dan por sentado que Lufthansa tendrá “una influencia competitiva significativa” en airBaltic, lo que podría derivar en alzas de precios en rutas como Berlín–Riga o Frankfurt–Tallin, donde ambas aerolíneas han competido directamente. La sombra de la concentración planea.
Y todo esto ocurre mientras Lufthansa y Condor mantienen las espadas en alto en su prolongado enfrentamiento por el mercado vacacional alemán. Desde que Condor saliera del paraguas de Lufthansa, ambas compañías han librado una dura batalla por los paquetes turísticos y las rutas hacia el sur de Europa, especialmente hacia Canarias y Baleares. La presencia de airBaltic en el Atlántico añade una pieza más al tablero, ampliando el músculo operativo de Lufthansa justo donde Condor ha tratado de mantener su fortín.
Lufthansa, por su parte, se esfuerza en remarcar que airBaltic sigue siendo “una compañía completamente independiente”, pero no oculta que ambas partes intensificarán su colaboración: el acuerdo refuerza la alianza existente desde 2019 y, según el grupo alemán, permitirá “mejorar la calidad de la red y acceder a nuevos mercados”. Uno de esos mercados, sin duda, es el sur de Gran Canaria.
Con el turismo báltico en crecimiento y un poder adquisitivo medio-alto, la apuesta por Maspalomas no es oportunismo, sino parte de una estrategia. La isla ha cerrado 2024 con una facturación turística de más de 6.000 millones de euros, de los cuales más de 1.000 millones se concentran solo en su zona sur. Y lo que no son cifras son certezas: sol estable, camas disponibles, y una infraestructura moderna y segura. Un escenario ideal para testar nuevos flujos sin miedo a la demanda. AirBaltic ha encontrado en Gran Canaria una rampa segura hacia el sur. Lufthansa, una vía de entrada a un nuevo tablero donde cada aeropuerto puede ser un centro de influencia. Maspalomas, mientras tanto, sigue haciendo lo que mejor sabe: recibir turistas, llenar camas, y volar alto.
