Medidas drásticas que lleven consigo incluso la eliminación de centros comerciales que se ubiquen sobre la arena. Playa del Inglés, el icónico destino del sur de Gran Canaria que floreció con el boom turístico de las décadas pasadas, se enfrenta a un desafío mayúsculo: la obsolescencia de gran parte de sus centros comerciales. Muchos de estos enclaves, otrora bulliciosos epicentros de ocio y compras, lucen hoy desangelados, con locales cerrados y una estética anticuada que contrasta con la imagen de modernidad que buscan los viajeros actuales. Ante este escenario, la drástica medida de declarar una "emergencia turística" emerge como una teoría audaz, una posible tabla de salvación que podría dotar al Cabildo de Gran Canaria de las herramientas necesarias para impulsar una regeneración integral.
Mirando a Europa, diversos destinos ya han tomado medidas contundentes que, si bien no siempre se etiquetan formalmente como "estados de emergencia", funcionan como intervenciones urgentes para reordenar o proteger su modelo turístico. Ejemplos como la tasa de acceso y la prohibición de grandes cruceros en Venecia, la ambiciosa eliminación progresiva de pisos turísticos en Barcelona para 2028, las restricciones al turismo de excesos y cruceros en Ámsterdam, o los límites de visitantes en el casco histórico de Dubrovnik, demuestran la voluntad de las administraciones de actuar drásticamente cuando la sostenibilidad del destino está en juego. Estas acciones sugieren que la idea de una "emergencia turística" para Playa del Inglés no es una mera teoría, sino una posible chispa para encender su necesaria y urgente regeneración.
Playa del Inglés-San Agustín (zona turística) registró 1.676.729 viajeros entrados y 14.183.346 pernoctaciones con una tasa de ocupación hotelera del 79,67% (datos recientes disponibles para el municipio de San Bartolomé de Tirajana, que incluye Playa del Inglés). El gasto medio diario en Gran Canaria (Q1 2025) alcanzó los 180,97 euros y por viaje se estima que fue de 1.731 euros por turista (incluyendo el vuelo). El gasto promedio sin contar el vuelo fue de 1.196 euros. Los turistas británicos y alemanes, que son mayoritarios en Playa del Inglés, se encuentran entre los que más gastan.
La situación es compleja. Playa del Inglés, al igual que otros destinos maduros, experimenta los efectos de lo que se conoce como "overtourism" en algunas de sus vertientes: saturación en temporada alta, presión sobre los servicios y, en este caso, una infraestructura comercial que no ha sabido adaptarse. Pero, a diferencia de Venecia o Barcelona, donde la "emergencia" se ha manifestado en la necesidad de limitar la afluencia o el alquiler vacacional, en Gran Canaria el foco podría estar en la regeneración de espacios vitales que están frenando la competitividad del destino.
En teoría, sí. Como principal institución de gobierno insular, el Cabildo cuenta con competencias clave en ordenación del territorio, turismo y fomento económico. Una declaración de esta índole, respaldada por un análisis técnico que evidencie la amenaza que el deterioro de estos centros supone para la economía turística de la zona, podría justificar la adopción de medidas excepcionales. Esto no solo implicaría la agilización de trámites burocráticos para la concesión de licencias y permisos de obra, sino también la capacidad de movilizar recursos económicos específicos, tanto públicos (fondos europeos, estatales o propios) como privados, a través de incentivos o marcos de colaboración. El objetivo sería claro: transformar estos espacios en modernos complejos comerciales y de ocio, acordes con las expectativas del turista del siglo XXI. En casos extremos, y bajo un marco legal excepcional, incluso podría plantearse la intervención o gestión forzosa de inmuebles en estado de abandono para asegurar su rehabilitación.
