La bruma baja y persistente que cubre la capital grancanaria buena parte del verano, vulgarmente conocida como panza de burro, no solo oscurece el cielo: también apaga las cajas registradoras de decenas de negocios en primera línea de playa. A diferencia del sur soleado de la isla, Las Palmas vive entre junio y septiembre bajo un manto gris que desanima al turista ocasional y merma el rendimiento de bares, restaurantes, heladerías y comercios que dependen de la luz como reclamo.
“Un día nublado nos baja la facturación hasta un 40 %”, afirma Julio Santana, gerente de un restaurante en Las Canteras. “No es solo que la gente coma menos en terraza, es que directamente no vienen”. La falta de sol, aliada al viento y a la humedad, convierte al emblemático paseo marítimo en una postal más parecida al Cantábrico que al trópico prometido.
El fenómeno meteorológico, generado por los alisios al chocar con las montañas del interior, estabiliza las temperaturas pero genera una niebla baja que se instala con frecuencia sobre la ciudad. Para muchos residentes es un alivio térmico frente al calor del resto del Archipiélago, pero para los visitantes y operadores turísticos, es un quebradero de cabeza.
Cancelaciones y fuga al sur
“Cada vez es más habitual que los clientes que llegan con reserva a la ciudad se marchen al sur en cuanto ven el cielo encapotado”, explica Elena Rodríguez, responsable de un complejo de apartamentos turísticos en la zona del Puerto. “Lo vemos en las plataformas: cancelaciones de última hora, cambio de zona. Y en los comentarios: ‘mucho viento, no hay sol, volveremos a Maspalomas’”.
Los empresarios alertan de un “desequilibrio estructural” en la promoción turística. “No se puede vender Las Palmas como un destino de sol y playa sin explicarle al visitante qué significa la panza de burro en verano en Las Palmas porque a nosotros nos genera gastos fidelizar al turista y mandarlo sin sobrecostes al sur. Es una realidad climatológica, no una excepción”, afirma un dirigente empresarial.
Cierran negocios en verano
Paradójicamente, julio y agosto —meses considerados tradicionalmente de temporada alta— se han convertido en temporada baja para muchos negocios del paseo. “Estamos estudiando cerrar un mes en verano, algo impensable hace una década”, admite un empresario con dos locales en la playa de Las Alcaravaneras. “Los números simplemente no dan”.
Este patrón también se refleja en la ocupación hotelera. Mientras que Meloneras y Playa del Inglés superan el 90 % de camas ocupadas con turistas que buscan el sol, en Las Palmas las cifras caen hasta 65–70 % en los meses de más neblina. “Los mercados nórdico y peninsular reaccionan negativamente a la falta de claridad en la oferta”, comenta un directivo del sector hotelero capitalino. “Nos posicionamos mal cuando el visitante ve fotos de la playa y luego vive una realidad diferente”.
¿Adaptación o resignación?
Algunos negocios han optado por adaptarse. Ampliación de salones interiores, menús enfocados al residente local, programación de actividades culturales o colaboración con festivales de verano como el TEMUDAS Fest buscan diversificar la atracción de público. Pero la percepción de que “en Las Palmas no hay verano” sigue pesando, y la panza de burro, lejos de disiparse, parece haberse instalado también en las decisiones de inversión.