Domingo, 07 de Septiembre de 2025
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TURISMOLos socorristas de Lopesan en Meloneras: Cloro, sudor y traición

Los socorristas de Lopesan en Meloneras: Cloro, sudor y traición

Y.V. Maspalomas24h Martes, 15 de Julio de 2025

Buenas tardes, dice Oliver, un socorrista ahogado moralmente por el daño de un despido ilógico. Pero lo cierto es que no hay tarde buena cuando el sol cae a plomo sobre el cuero del parado y la sal del Atlántico se mezcla con la hiel de la injusticia. Oliver era socorrista. Vigilaba piscinas azules como los ojos de un muerto. Trabajaba en los hoteles de Lopesan, ese gigante de cemento y trajeado marketing que presume de excelencia en las islas. Pero el 20 de junio, el mar cambió de color.

 

Cambio de empresa, dijeron. Lookup out, Activa Canarias in. Un trueque de firmas que se cuece en despachos con aire acondicionado, pero que deja a gente como Oliver —socorrista, delegado de personal, currante— en la arena caliente del despido encubierto. No lo llaman así. Lo disfrazan. Lo enmascaran. Lo ocultan en tecnicismos. Pero huele a lo mismo: puerta sin indemnización y sin paro.

 

Porque aquí no se trata de perder el trabajo. Se trata de que te lo roben.

 

Subrogación, dice el Estatuto de los Trabajadores, artículo 44. Subrogación, dice el convenio. Pero Activa Canarias, esa empresa que entró de la mano de una ETT en marzo como quien entra por la cocina y acaba de jefe de sala, se niega a respetar lo firmado, lo sellado, lo pactado.

 

No quieren sustituir. No quieren continuar con los mismos. Prefieren el juego sucio: cansar, presionar, ignorar. Hacer como que no te ven mientras te estás ahogando.

 

Y tú ahí, Oliver, y los tuyos, con la boya en la mano y el contrato en la boca. Se os ha parado el reloj en el SEPE, porque aparecéis como subrogados, pero la nueva empresa os niega. No podéis cobrar paro. No podéis trabajar. Os ofrecen contratos nuevos, lejos de los hoteles donde lleváis años sudando el uniforme. Y eso, en buen castellano, es ilegal.

 

Pero ellos lo saben. Y por eso lo hacen.

 

Porque los socorristas, al final, son invisibles cuando no hay gritos. Cuando no hay un niño tragando agua o una abuela flotando boca abajo. Invisibles como los camareros que sirven cócteles a turistas de chancleta y albornoz. Invisibles como los que limpian las habitaciones o cargan las toallas.

 

Pero esta vez no.

 

Esta vez los invisibles han demandado. Esta vez no se han ido. Esta vez, aunque les han querido aburrir tres meses, han aguantado. Porque lo que han hecho no tiene nombre. O sí: precariedad. Impunidad. Desprecio.

 

Oliver no pide caridad. Pide justicia. Y la cuenta está en la barra. ¿Quién la va a pagar? Texto dedicado a todos los socorristas que se queman en silencio mientras otros se broncean en su sombra.

 

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