Sábado, 06 de Septiembre de 2025
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MASPALOMASUn año sin Feluco, el último escribano de las piedras calientes del sur de Gran Canaria

Un año sin Feluco, el último escribano de las piedras calientes del sur de Gran Canaria

Y. V. Maspalomas24h Viernes, 18 de Julio de 2025

 

 Todas sus historias M24h: RETAZOS - RECUERDOS DE MI TIERRA

 

A Feluco se lo tragó el sur hace un año. Como quien desaparece caminando hacia el mar sin dejar más rastro que la estela de su sombra. Se fue con la dignidad de los viejos pastores, sin pedir permiso ni hacer ruido, como buen hombre de memoria ajena. Murió en julio, a la hora del siroco, cuando los calores revientan las cornisas y los pájaros enmudecen.

 

Dicen que cayó de golpe, después de salir de la radio. Que antes de desplomarse todavía le dio tiempo de hablar de canciones, de esas que sonaban cuando los bailes eran en casas prestadas y no en discotecas de cartón piedra. Porque así era él: un emisario de la nostalgia, un sembrador de palabras en tierra reseca, un loco que se empeñó en escribir a mano la historia de un pueblo que no sabía que tenía historia.

 

Feluco —con ese nombre que suena a chiquillo de pantalones cortos y alma vieja— fue más que un cronista. Fue un médium del recuerdo. Se sentaba con los abuelos y tiraba de ellos hasta que les sangraban las anécdotas. Las escribía en libretas de escuela, con bolígrafo negro, y luego las colgaba en las paredes, como quien cuelga ropa mojada al sol. A eso le llamaba él sus “cuadros de historia”. Y no había bar, tasca, comercio o gasolinera del sur que no tuviera uno de esos cuadros clavado junto al calendario de San Pancracio.

 

No buscó nunca los focos, ni las subvenciones, ni la foto de Facebook con político. Él caminaba por San Bartolomé como un monje sin hábito, repartiendo memoria de boca en boca, como quien reparte estampitas de un santo que nadie ha canonizado. Por eso cuando murió, la noticia fue como un sismo: las fiestas de Santiago Apóstol se suspendieron, el Ayuntamiento se puso de luto y los vecinos bajaron la cabeza como se baja en los velorios de verdad.

 

En vida publicó ocho libros, todos a mano, porque el teclado le parecía frío. Hizo pasatiempos con sabor a historia y hablaba cada 15 días en Radio Dunas, esa emisora municipal que es más parroquia que medio de comunicación. El último día que habló en antena, habló como si supiera que era el último. Habló de música, claro. Porque él sabía que hay canciones que se pegan a la vida como los chicles a las suelas.

 

Un año después, Feluco no se ha ido. Porque hay voces que se quedan colgadas en el aire y letras que se resisten a morir. Su letra sigue en las paredes de Tunte, en los postes de El Tablero, en las esquinas de El Pajar. Sus crónicas son las rayas del alma de un municipio que aprendió a mirarse gracias a él.

 

Quizá por eso ahora se rumorea que le quieren hacer una escultura frente al Archivo Municipal. Pero que no sea de mármol, por favor. Que sea de madera vieja y con olor a tabaco barato. Que tenga una libreta y un boli. Que tenga una frase suya. Que diga, por ejemplo: "El pueblo que no se cuenta, se calla para siempre."

 

Feluco dejó herederos. Todos los que un día lo escucharon, lo leyeron o simplemente se cruzaron con él y entendieron que hay tipos que caminan por el mundo para que los demás no se olviden de dónde vienen. San Bartolomé aún lo llora. Y en las madrugadas sin luna, cuando el viento baja caliente desde las cumbres, se puede oír su voz susurrando en la radio apagada de algún taxista insomne.

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