¿Está pasando como en Las Palmas? Los camareros tienen que hacer el papel de la Policía. El sur de Gran Canaria, epicentro turístico del archipiélago, ha vuelto a ser escenario de una estampa que dice mucho más de lo que parece. En medio de una jornada habitual, con terrazas llenas y el bullicio propio de los veraneantes en busca de sombra, cerveza fría y desconexión, fue un camarero quien tuvo que asumir el rol de guardián del equilibrio social.
Las imágenes difundidas en redes sociales —grabadas por turistas con móviles en alto, como quien presiente que está ante algo que va más allá de la anécdota— muestran a un camarero que, con temple y decisión, interviene para frenar una situación que amenazaba con desbordarse. Un cliente, visiblemente alterado, increpaba sin descanso a quienes estaban en un local de la zona de Faro de Maspalomas, provocando miradas incómodas y murmullos de malestar.
Fue entonces cuando el profesional del local, con gesto sereno y movimientos precisos, se interpuso. No hubo más gritos, ni violencia. Solo una mezcla de autoridad natural y sentido común que consiguió apartar al incordiante y reconducir la escena hacia la calma. Alguna ovación selló el gesto, que hoy recorre plataformas digitales con miles de visualizaciones.
Más allá del hecho en sí, lo ocurrido refleja una realidad cada vez más palpable en las zonas turísticas del sur grancanario: el deterioro de la convivencia diaria entre turistas y ciertos perfiles que, sin aportar al entorno, lo tensionan. Y en medio de esa fricción creciente, los trabajadores de bares, hoteles y restaurantes —quienes lidian a pie de calle con la realidad sin filtros— se ven obligados a ejercer funciones para las que ni fueron contratados ni están formados: pacificadores, mediadores, incluso barrera de contención.
El camarero, cuya identidad no ha trascendido pero que ya es señalado como "héroe anónimo" por decenas de comentarios, ha recibido el respaldo de su empresa, que destaca su "profesionalidad" y su "sentido del deber hacia los clientes y la imagen del destino".
Porque lo cierto es que escenas como esta no se pueden despachar con indiferencia. Son síntomas. Son avisos. Y también recordatorios de que la sostenibilidad turística no se mide solo en camas ocupadas, sino en el respeto mutuo en las calles, en la sensación de seguridad y en el valor humano que sostiene, día a día, la experiencia de quienes nos visitan.
Aquí puedes ver el vídeo
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