Escribir un pagaré en tiempos de inflación es como tatuarse el nombre de un amor pasajero que se conoce en Maspalomas: cuesta, pero duele menos con los años. TUI ha vuelto al trazo grueso del pagaré, ese viejo recurso que huele a despacho con moqueta gastada y cenicero lleno. Han pasado seis años desde la última vez que el grupo turístico alemán se atrevió a garabatear su firma en un documento de deuda sin trastienda hipotecaria. Pero los tiempos cambian y los aviones, como las amantes de los magnates, cuestan lo suyo.

Ahora se han calzado un pagaré de 250 millones de euros para comprar sus propias alas, las que tenían arrendadas como quien alquila el traje de una boda. La operación viene con tramos a tipo fijo y variable, con un cupón medio del 4%, que en esta Europa de tipos histéricos es como fumarse un puro en el funeral de la austeridad. El plazo: tres a cinco años. El uso: comprar los aviones antes de que suban más de precio y seguir volando sin tener que pedir permiso a los caseros del cielo.

TUI quiere dejar de pagar alquiler por surcar las nubes. Prefiere comprar, aunque sea con tinta de deuda. Con el pagaré no aumenta la deuda neta, dicen, como si el papel no pesara en la mochila financiera de quien arrastra 32,5 millones aún pendientes de la emisión de 2018, vencimiento en 2028.

En bolsa, el gesto no ha sentado como un brindis con champán. La acción bajó un 1,27%, hasta los 7,93 euros. Pero qué importa el precio de la acción cuando lo que se compra es soberanía sobre el fuselaje. Hay algo romántico en eso. Como si TUI, vieja gloria de los charter y los resort con buffet libre, quisiera recuperar algo de dignidad corporativa a golpe de pagaré.