Contra todo pronóstico y frente al augurio de los agoreros del caos por la presencia de menores migrantes no acompañados en la zona de cumbre del municipio de San Bartolomé de Tirajana, los vecinos del sur de Gran Canaria demostraron, por Santiago Apóstol, que todavía hay tierra firme bajo los pies de este municipio dividido entre el arado y el booking.com. Ni una pelea, ni un contenedor ardido, ni un solo turista caído por la borrachera ajena. La festividad del patrón en San Bartolomé de Tirajana se celebró con más civismo que en los manuales de urbanidad suizos.
Aquí, en las calles donde el sol castiga y el viento no se apiada, la gente sacó sus mejores galas —camisa blanca y respeto viejo— y honró al santo como manda la costumbre: misa, procesión y papas arrugadas en las casas con productos de la tierra que llaman ahora los del PowerPoint en Las Palmas KM0. Pero no fue una festividad cualquiera. Fue de esas donde, tras pasar el Santo, la cerveza se bebe con cabeza y el ron con pausa. Donde el vecino cuida que el turista no se pierda y el turista aplaude cuando pasa la banda de música como si fuera Bruce Springsteen en Tunte.
La Policía Local, nada sorprendida como siempre, y agradecida, se limitó a pasear entre la gente, casi de romería también. “No es un milagro, es el pueblo”, decía un agente veterano de Fataga mientras saludaba con la gorra a una señora de Juan Grande que vendía turrón La Moyera como quien reparte perdón.
El sur, ese sur que a veces parece solo playa y perreo de jóvenes de Las Palmas en altas horas de madrugada cuando esperan al transporte público para regresar a sus Rehoyas o Jinámar, demostró que también sabe de memoria el catecismo de la convivencia. Y que cuando la fiesta es de verdad, se celebra con alma y con decoro. Porque aquí, donde el turismo duerme y la historia resiste, todavía hay quien entiende que Santiago no es solo una estatua, sino una forma de estar en el mundo.