Asinca tiene el asunto perdido. En esta tierra con olor a calima y a sangría de supermercado, donde los políticos pasean en coche oficial mientras los currantes remiendan con cinta americana lo que no da para más, ha tenido que ser un empresario de colchones quien diga basta. Se llama Alexis Amaya. Es el consejero delegado de Dormitorum, y lo que ha hecho no lo han hecho ni los que se dan golpes de pecho en las galas del turismo ni los que aplauden con las orejas en las ferias de Berlín. Es que hasta ahora se ha relacionado AIEM con alimentos pero es que esto afecta al turismo: desde pintura de piscinas al PVC de las nuevas ventanas en los complejos que se reforman generando un sobrecoste financiero imposible de asumir en el sur de Gran Canaria ante la competencia de destinos de sol y playa.
Nadie se opone al AIEM por capricho, sino al disparate de gravar cosas que no tienen ni pies ni cabeza. Para esquivarlo, por ejemplo, una empresa rusa clona las ambrosías Tirma —sí, las del presidente de Asinca— y las coloca en los estantes de los supermercados de descuento duro en las islas. Es la perversión de la cama redonda de los industriales canarios, dicho sin mala intención: toda cama necesita su somier, y aquí ese papel lo cumple una clase política desconectada de la realidad y rendida al juego de las élites económicas.
Amaya ha levantado la voz como quien revienta una puerta cerrada con cerrojo europeo. Lo ha dicho sin miedo, sin vaselina ni protocolo decimonónico de Cámara de Comercio: lo del AIEM es un abuso. Y no lo dice desde el mirador de un despacho con cortinas de lino fino, sino desde el almacén donde cada colchón que entra paga peaje disfrazado de ayuda. El Arancel a la Importación y Entrega de Mercancías es un invento que, bajo el barniz de proteger la industria local, sirve para llenar los bolsillos de unos pocos con el sudor de quienes hacen empresa en las trincheras de lo cotidiano.
Y eso —y aquí viene lo gordo— le toca los bemoles al turismo del sur. Porque en Maspalomas, en Playa del Inglés, en San Agustín y en Meloneras no se fabrican lavadoras. Allí se compra, se importa y se ofrece servicio. ¿Qué culpa tiene un hotelero de que no haya fábricas de sábanas en Telde? ¿Por qué debe pagar sobrecostes absurdos quien alquila una vivienda vacacional a una familia alemana que viene a dejarse el sueldo en licor de ron, sardinas saladas y tranquilidad?
Lo de Alexis Amaya no es una rabieta de patrón mimado. Es un aldabonazo. Una advertencia con la fuerza de quien conoce el muelle, el contenedor y la hoja de aduanas. Él sabe —como también lo sabe Sebastián Grisaleña, uno de los pocos importadores con verbo afilado que quedan— que el AIEM no es más que una maquinaria de recaudo que huele a privilegio y a favores cobrados bajo cuerda. Y ahora, para más inri, la Comisión Europea viene con la lupa en mano, porque huele a podrido lo que se vendió como ayuda y ha acabado siendo un impuesto injustificable.
¿Y qué hacen los medios de Las Palmas mientras tanto? Silencio. Silencio de cemento. Pero en el sur, en ese desierto urbanizado que sostiene el PIB de esta isla, Maspalomas24H se ha mojado dentro de sus humildes posibilidades. Lo ha contado sin cortinas, sin florituras. Porque en el sur se vive del turismo, no de las subvenciones. Y aquí cada sobrecoste es una piedra más en la mochila del que madruga. Amaya ha roto el cordón sanitario que Asinca impuso hace años y ha dicho lo que muchos piensan y pocos se atreven, por miedo a incomodar al poder. Por fin alguien ha hablado. Por fin alguien ha puesto nombre al atropello. Que tiemblen los que se oponen a la lógica. Que se prepare el AIEM. Porque el sur de Gran Canaria no es una colonia de Las Palmas. El sur es el motor. Y ya era hora de que alguien lo dijera claro: el sur también existe.