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TURISMOLa paradoja del sur de Gran Canaria que desvela TUI: El bufé como trinchera del AIEM, alemanes pasan de las papas arrugadas

La paradoja del sur de Gran Canaria que desvela TUI: El bufé como trinchera del AIEM, alemanes pasan de las papas arrugadas

Yurena Vega - Maspalomas24h Martes, 05 de Agosto de 2025

Tanta matraquilla con los productos elaborados en Canarias y la protección aracelaria del AIEM para nada. En el sur de Gran Canaria manda el 'todo incluido': el 60% de los turistas germanos se alimenta sin cruzar el umbral del hotel. Prefieren la comida italiana y después la suya propia, la alemana. La gastronomía local, relegada a guarnición decorativa. Italia gana en la mesa, Canarias pierde en el plato.


En Maspalomas no huele a caldo de pescado ni a vieja sancochada. Huele a bacon recalentado, a tortilla sin alma, a buffet aséptico. La luz cae como plomo fundido sobre los muros blancos de Playa del Inglés y Maspalomas. Y bajo esa luz, la verdad es clara como el sudor de agosto: el turista que llega, sobre todo el alemán, no ha venido a que le sorprendan el paladar, sino a que no le molesten la digestión.

Un informe  al que ha tenido acceso Maspalomas24H de agosto de 2025 elaborado por TUI  —ese Leviatán turístico que engorda medio sur de Europa— ha soltado una bomba con voz monocorde: el 46% del gasto del turista se va en comida y bebida. Pero no en restaurantes con mantel de lino y pescado de anzuelo. No. Ese 46% se queda en los intestinos de los hoteles, en bandejas de pollo al curry desnaturalizado, en sangrías de cartón y en sopas con sabor a nada. ¿Qué hay más allá del bufé? La calle, la incertidumbre, el menú sin fotos. Y eso, amigo, da miedo.

El 35% de los turistas alemanes escoge el régimen de 'todo incluido', mientras que otro 25% opta por media pensión. Traducido: el 60% no necesita pisar la calle para comer ni una papa arrugada. Se mueven entre el desayuno programado y la cena temáticamente anodina, entre la sangría obligatoria y el pastelito de postre que tiene más conservantes que azúcar. La promesa de descubrir el producto local muere en la cola del self-service.

Y cuando se les pregunta qué gastronomía prefieren, el dato es demoledor: Italia arrasa con un 50,1% de las simpatías. Luego va la cocina alemana (20,3%) —sí, su propia comida en sus vacaciones—, seguida de la griega (19,3%), la española (16,4%), la turca (10,9%), la portuguesa (9,2%) y y la asiática (8,4%). La gastronomía española, en el puesto número cuatro, no logra superar ni al codillo ni a la musaka en el corazón de quien camina entre dunas y hoteles con pulsera. Ni siquiera aquí, en España. Ni siquiera aquí, en Canarias. Y esto no es una derrota. Es un espejo.

Y mientras tanto, los cocineros del sur sudan en sus cocinas con aceite de oliva virgen, ajustan puntos de sal y afinan emplatados con flores comestibles. Quieren elevar el mojo, recuperar el cochino negro, hacer del gofio espuma y poesía. Pero sus comedores, a menudo, están vacíos de turistas y llenos de silencios. La alta cocina intenta brillar en un escenario que pide repetir plato sin sorpresas.

Porque aquí la paradoja no es gastronómica, es existencial. Se ha creado una oferta culinaria que busca al comensal ilustrado... y se encuentra con el comensal blindado. Se habla de “reposicionar el destino” como capital del sabor atlántico... y se choca con el "todo incluido" como garantía de que nadie se quedará con hambre ni se quejará del picante.

La gesta del sur no está en una estrella Michelin, sino en servir a tiempo los filetes al punto exacto de insipidez. La gran hazaña no es maridar un vino volcánico con un pescado azul de temporada, sino lograr que nadie pida la hoja de reclamaciones por no encontrar ketchup. Aquí, la experiencia culinaria no es un viaje, es una rutina. Y el héroe es el camarero que sirve una cerveza a 2 grados en perfecto alemán, no el chef que infusiona lapas en caldo de millo.

Porque, al final, el 60% de los turistas alemanes no sale del hotel para comer. Porque la cocina española apenas alcanza un 16,4% de preferencia. Porque la comida aquí no es cultura: es logística. El turismo en el sur no mastica recuerdos, mastica certezas. Y por eso, quizás, Gran Canaria sur deba dejar de soñar con estrellas y aprender a brillar con luces de neón, esas que anuncian “all inclusive” como quien anuncia redención. La gastronomía puede esperar. La tostadora no.

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