Domingo, 21 de Septiembre de 2025
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TURISMOHemos ido al mirador de Maspalomas: la domesticación final de un paisaje con el desierto de postre

Hemos ido al mirador de Maspalomas: la domesticación final de un paisaje con el desierto de postre

GARA HERNÁNDEZ - MASPALOMAS24H Miércoles, 06 de Agosto de 2025

Se hace necesaria una visita, dice el boletín del Patronato de Turismo de Gran Canaria, a un mirador. No una atalaya para el vigía, no un balcón para el poeta solitario, sino un mirador con bancos y luminarias, un apéndice de quinientos metros para que el turista, después de la playa y antes del bufé, se asome a esa suerte de obra de arte que la naturaleza creó con la paciencia del tiempo, el viento y las mareas. Se dirá que es un regalo para el alma, una plataforma para la serenidad, pero en el fondo es la culminación de un proceso, la domesticación final de un paisaje salvaje, porque no hay nada que al hombre moderno le guste más que contemplar la grandiosidad de lo natural desde la seguridad de un suelo de cemento, y si es posible, con un buen encuadre para el teléfono móvil, que de eso se trata, de certificar con una foto que la belleza existe y que la hemos visto.

Y en esta nueva vela mayor del turismo, entre dragos que crecieron por los siglos y acebuches que sonríen con la sabiduría de la historia, se invita al visitante a detener los pasos, a respirar la vida desde una altura que en el fondo es una distancia. Se cita a Néstor Álamo y a su canción, "Maspalomas y tú", pero se olvida que la canción nació del alma, no de un diseño urbanístico con jardinería xerófila. Nos venden la tranquilidad, la calma de los atardeceres y los amaneceres, pero la verdad es que se nos ha creado un sitio para la felicidad obligatoria, un lugar para que el turista sepa que su viaje ha sido inolvidable, no porque lo sintiera, sino porque lo vio desde la perspectiva oficial, desde el punto de vista que ha sido prefabricado para que se ajuste a todas las postales.

Y es curioso, no, cómo el desierto costero, que era la gloria del lugar, el espacio indómito que se iluminaba al brillo del sol, se ha convertido ahora en el fondo de un mirador. El desierto, la arena, la inmensidad, el Atlántico que no termina, se han vuelto el decorado perfecto para un escenario que lo único que busca es que el que mira se sienta un poco más cerca del paraíso, pero en realidad, lo que está haciendo es poner un poco de distancia, una distancia necesaria entre la verdadera belleza y el consumo de la misma. A partir de ahora ya no se mirará el mar, sino que se mirará el mirador, que es al final el último y más grande de los atractivos, el que nos recuerda que todo, hasta lo sagrado, es susceptible de ser vendido y enmarcado.

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