Los informes del ISTAC, esas viejas biblias del turismo, no son más que un minucioso estudio antropológico sobre las costumbres de la especie humana en su hábitat de vacaciones. Un catálogo de porcentajes donde se nos revela que la geografía de la isla, esa obra maestra del tiempo y del Atlántico, se reduce, al final, a dos categorías sagradas: el rincón donde uno se quema bajo el sol y el rincón donde uno finge una aventura. Y en el sur de Gran Canaria, con sus dunas y sus playas, la fe se divide en dos cultos principales, cada uno con sus rituales y sus profetas, pero con un denominador común: la sagrada búsqueda del descanso.
El turista español, con su fe inquebrantable en el descanso, ha convertido la piscina y la playa en altares. Con un fervor que raya en lo místico, el 77% de los nacionales del tercer trimestre de 2024 eligieron como su actividad principal el santuario del hotel. Su peregrinación a las Dunas de Maspalomas (54%) y a la capital, Las Palmas (72%), no es una exploración, sino una confirmación de la fe, un ritual que se repite año tras año. Las cumbres y los barrancos, ese interior salvaje que la naturaleza ha esculpido a golpe de milenios, apenas logran captar su atención, con el Roque Nublo y el Barranco de Guayadeque sumando un escaso 20% de visitas. Es la prueba de que, para el turista nacional, la verdadera aventura no está en el ascenso, sino en la quietud de una tumbona.
El turista de los Países Nórdicos, por su parte, es un devoto más moderno, uno que combina el fervor de la playa con la exigencia social de la cultura. Con su concentración en el sur, especialmente en el idílico Puerto de Mogán (36%), demuestran que también ellos buscan la tranquilidad del paraíso. Pero, a diferencia de los españoles, sienten la necesidad de una penitencia, de un pequeño esfuerzo que justifique el descanso. Sus visitas al Roque Nublo (7%) o a Teror (6%) no son un acto de pasión, sino de deber, el cumplimiento de una checklist que les permite decir que "exploraron" la isla. Y entre las actividades que se les atribuyen, la "observación de cetáceos" y el "senderismo" parecen más una noble excusa para respirar aire fresco que un verdadero compromiso con la naturaleza.
Al final, el dato más revelador de este informe de aduanas del alma no está en los lugares visitados, sino en lo que se hace al llegar. La playa y la piscina son, para todos, el punto de partida y de llegada, la zona cero del descanso. Pero mientras unos se limitan a ese ritual, los otros se entregan a la simulación. La degustación de gastronomía canaria, ese noble acto de sumergirse en la cultura local, se convierte en la única coartada para justificar la inactividad del viaje. La verdad, la única verdad, es que la isla es un lienzo en blanco para la pereza. Y los hoteleros, esos sacerdotes del placer de masas, se encargan de ponerle un precio a la luz del sol, al agua de la piscina y a las supuestas "aventuras" de sus fieles.
