Bajo el sol de mediodía, el faro de Maspalomas se alzaba imponente, no solo como guía de barcos, sino como epicentro de un encuentro tan especial como inesperado para los miles de turistas que pasean cada día por la zona. La 18ª edición de la Feria de Artesanía de Gran Canaria Verano Sur no era un simple mercado, sino una ventana abierta al alma de la isla.

Los turistas, venidos de todas partes del mundo, se detenían con asombro ante los stands. Sus rostros, bronceados por el sol, reflejaban una mezcla de sorpresa y fascinación. Para muchos, las Islas Canarias eran sinónimo de playa, sol y resorts, pero de repente se encontraban con una realidad distinta y más profunda. Veían las manos de los artesanos, manos curtidas por el oficio, tejiendo cestos con fibras naturales, modelando el barro con delicadeza o trabajando la madera con una precisión que solo la pasión puede otorgar.

Los idiomas se mezclaban en un murmullo global de admiración. Un matrimonio alemán observaba de cerca unas piezas de cerámica; una pareja sueca probaba unos quesos artesanales y un grupo de jóvenes franceses no paraba de fotografiar el colorido de las telas. Cada compra era más que una transacción, era el acto de llevarse un pedazo de la historia y la cultura de la isla. Y cada momento compartido, una sonrisa o una pregunta, ayudaba a que esa tradición que muchos desconocían siguiera viva.

El evento, organizado por la FEDAC, demostró una vez más que la artesanía es un puente que conecta generaciones y culturas. Los artesanos locales, con su talento y dedicación, no solo vendían sus productos, sino que actuaban como embajadores de una tradición ancestral. Al caer la tarde, con el faro encendiéndose lentamente, la magia no terminaba; simplemente se transformaba, dejando una huella imborrable en la memoria de cada visitante, hasta el próximo encuentro en la Feria de Artesanía de Gran Canaria Otoño Sur.