Lunes, 06 de Octubre de 2025
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TURISMODunas de Maspalomas: desierto dominguero pisoteado por chancletas con calcetines y peregrinos del Tik Tok

Dunas de Maspalomas: desierto dominguero pisoteado por chancletas con calcetines y peregrinos del Tik Tok

Gara Hernández - M24h Martes, 19 de Agosto de 2025

Lo de Maspalomas ya no son Dunas: es un saqueo manso de agosto en un desierto dominguero, mayormente de gente de la capital de la isla y Telde, que, por sus acentos en Tik Tok así se pude adivinar, pisoteado arena con chancletas con calcetines. Peregrinos de la selfi y por novias que se casan delante del último cardón. Un paisaje que era sagrado, una geografía que olía a salitre y viento seco, convertido en pasarela de carne sudada y de mochilas chillonas que arrastran botellas de plástico hasta el último recoveco de arena.

Los canarios, el llamado turismo ruso, atraviesan esas dunas como si fueran simples obstáculos para llegar a la cerveza fría, sin darse cuenta de que pisan el pulmón del sur, el mismo arenal que sobrevivió a piratas y calimas, pero que ahora se muere de turistas y de abandono. No es paseo, es expolio: senderos que se multiplican como cicatrices en la piel vieja del desierto.

El tránsito descontrolado no es inocente. Cada huella es una puñalada, cada paso un grano de arena perdido en un mar que ya no se renueva. Los hoteles miran desde sus balcones como si fueran templos del consumo, rezando a la ocupación plena mientras las dunas se desangran. El Cabildo predica normativas y los ayuntamientos imprimen folletos verdes, pero al final la policía de la arena es un espejismo: nadie vigila, todos callan. Y ahí siguen los 'rusos' canarios, transitando como si no fuera con ellos, como si el futuro no se hundiera bajo sus pies. La duna no grita, pero cruje. Y ese crujido es un aviso: cuando el desierto se convierta en parking de arena muerta, será tarde para llorar.

Los vigías del Cabildo y de Medio Ambiente no dan abasto, pero tampoco levantan demasiado la voz: se consiente, se tolera, se mira a otro lado porque enfrentarse al canario de sombrilla y cubo en mano es ganarse una bronca de guachinche. Y así, con la excusa de la costumbre, la barbarie se normaliza. Las dunas no son una playa cualquiera; son un archivo de arena donde se lee la historia de los vientos saharianos y de las mareas del tiempo. Pisotearlas sin conciencia es como arrancar páginas a un códice antiguo para hacerse un cucurucho de pipas. El disparate es mayúsculo, pero el ruido de la masa lo camufla.

En esta crónica amarga, lo que se denuncia no es solo el paso de unos cuerpos, sino la derrota moral de una tierra que prefiere la comodidad de la chancla a la reverencia del silencio. Las dunas de Maspalomas agonizan entre el turismo salvaje y la indiferencia local. El desierto grita, pero aquí nadie escucha.

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