La Gomera, sí, la isla de las gaviotas y el 'Silbo Gomero'. Un himno, una marca, un patrimonio de la humanidad. El relato oficial, el que se repite en el Parlamento, en los colegios incluso del sur de la isla frente a la ignorancia de los maestros y en los despachos de la Consejería de Educación, es que el silbo es cosa suya. Exclusiva. Como si Dios, en su infinita sabiduría, hubiera susurrado solo en las laderas gomeras. Pero no es así. Es una gran mentira, de esas que, a fuerza de repetirlas, parecen verdades bíblicas. En 2022 Canarias 7 informó que apenas unos pocos mayores de Tirajana y Mogán emplean el silbo grancanario.
El silbo grancanario, el que resuena en los barrancos de La Aldea, Mogán y Tirajana, desde hace cientos de años está agonizando. No por la falta de historia, sino por el abandono. Y lo que es peor: por el centralismo cultural, por el marketing político. El partido socialista de La Gomera ASG ha lanzado una cruzada para que nadie hable del silbo de los pastores del sur. Para que los ecos de Tejeda y Artenara queden silenciados bajo la hegemonía gomera. Y en esta pantomima, los diputados grancanarios del PP y del PSOE asienten, aplauden y miran para otro lado. Un acto de cobardía digno de un folletín de posguerra. Aunque sea de Tirajana el silbo, se llamará silbo gomero de Tirajana.
Los pastores más viejos, los que guardan en su memoria el lenguaje del aire, son los últimos que lo recuerdan. Jacinto Ortega, de 83 años, evoca el tiempo en que un silbido bastaba para dirigir al ganado a kilómetros. Robustiano Delgado, de 67, aprendió en Tasarte a comunicarse con frases completas, sin necesidad de móvil, sin gigas ni tarifas planas. Pero esa memoria se muere. Se va con los viejos, con el abandono del campo, con la modernidad que no mira atrás aunque en Turquía y el Himalaya se emplee también de forma ancestral el silbo para comunicarse.
La paradoja, claro, es que mientras en La Gomera se enseña a los niños la versión “oficial” del silbo, aquí, en el sur, no se hace nada. El legado de los cabreros y los pastores corre el peligro de desaparecer sin que nadie lo defienda. Y no será sólo por el paso del tiempo, sino por la mezquindad política que, en nombre de un supuesto monopolio cultural, le está robando la voz a Gran Canaria. Es una historia triste, una más. Una historia de un patrimonio que muere en la cuneta, sin que nadie se atreva a decir la verdad en voz alta.
