El circo ha vuelto al sur de Gran Canaria o mejor dicho, a las carreteras del sur. La Concejalía de Seguridad, con José Carlos Álamo a la cabeza, ha desplegado un nuevo show de autoridad, un safari de una semana en las zonas turísticas de Maspalomas. La excusa, por supuesto, la seguridad vial, que siempre queda bien en las notas de prensa. El resultado es digno de un matadero: 350 conductores multados por exceso de velocidad, 28 almas señaladas por el alcohol y dos por las drogas. Una auténtica orgía de denuncias.

La crónica, la oficial, habla de números. Un exceso de velocidad medio de 25 kilómetros por hora, algún despistado a 80 en una zona de 40. Los medios en Las Palmas lo venden como una victoria, como una limpieza de la basura rodante. Pero la verdad es que esto no es más que una caza de brujas, un castigo ejemplarizante para el rebaño, mientras la fiesta sigue para los de siempre.

Y en esta función, las empresas de excursiones se llevan su parte. Una compañía de buggies, de esas que prometen aventura y libertad, ha sido descubierta haciendo trampas. Cambios de matrículas, falta de seguro en otros dos vehículos. Diligencias judiciales por falsificación documental, que no es poca cosa. Aquí no hay sorpresa. Es el cuento de la picaresca, el listillo que siempre encuentra la manera de saltarse las normas. El que se creía impune. También un ciudadano extranjero, pillado de refilón por la maquinaria, que alquilaba coches con matrícula polaca.

El concejal Álamo, sale en la foto prometiendo más de lo mismo. "Dispositivos integrales", "coordinación", "seguridad". Lo que viene siendo, la promesa de más control, de más multas, de más espectáculo para los ingenuos. Lo llaman estrategia. Yo lo llamo lo de siempre. Una demostración de fuerza sobre el eslabón más débil, mientras los verdaderos peces gordos nadan en otras aguas. Al final, las carreteras del sur de Gran Canaria no es más que un espejo. Un reflejo del desorden y de la hipocresía recaudatoria.