Mientras los turistas del sur de Gran Canaria se preguntan si su vuelo llegará a tiempo y los operadores locales rezan por un milagro de ocupación, TUI ha decidido no jugar a los dados: 250 millones de euros para amortizar anticipadamente los arrendamientos de sus aeronaves. Nada de esperar, nada de depender de terceros; ahora sus aviones son tan suyos como la arena de Maspalomas.
Mathias Kiep, director financiero de la aerolínea, lo explica con la calma de un cirujano: el dinero no se diluye en préstamos ni intereses; compra activos, reduce riesgos y mejora el flujo de caja. En otras palabras, mientras los hoteles del sur de Gran Canaria dependen de la suerte del turismo estival, TUI asegura su cielo y, de paso, sus márgenes.
Los números no mienten: 5,9 millones de pasajeros transportados en el tercer trimestre de 2019, ocupación media del 94%, y un beneficio operativo ajustado que se dispara a 50 millones frente a 17 del año anterior. Incluso con un 2% menos de reservas, la aerolínea aumenta un 3% el precio medio. La lección es clara: controlar tus activos es más rentable que esperar que lleguen los turistas.
Y mientras el sur de Gran Canaria se debate entre reformas hoteleras y aparcamientos saturados, TUI transforma contratos en patrimonio tangible, liberando capital para maniobrar ante cualquier tempestad económica. Es el arte de la previsión: otros rezan por turistas británicos, TUI ya ha cobrado su billete de primera clase. El mensaje, tanto para inversores como para empresarios locales: quien controla sus contratos controla su destino. Y si el cielo se nubla sobre Canarias, los que sepan imitar la estrategia de TUI seguirán volando alto. Los demás… a esperar el próximo vuelo retrasado.
