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MASPALOMASTomateros del sur de Gran Canaria: la rafia plástica contamina el mar

Tomateros del sur de Gran Canaria: la rafia plástica contamina el mar

Yurena Vega - M24h Sábado, 23 de Agosto de 2025

El sur de Gran Canaria respira con un pulmón cansado. El mismo viento que antaño levantaba las lonas de los invernaderos de tomate ahora arrastra rafias desgarradas hasta el mar. Son plásticos huérfanos, restos de cosechas que ya no existen, convertidos en espectros que estrangulan tortugas y peces como si la memoria agrícola de la isla se hubiera vuelto contra su propio océano.

 

Porque aquí, en Maspalomas y en Arguineguín, bajo el sol que no da tregua, hubo un tiempo en que la tierra olía a verde y a jornal. Los tomateros del sur cargaban cajas a hombros, doblando la espalda para que los hoteles de media Europa desayunaran rojo canario enlatado. Era sudor sobre arena, manos curtidas en salitre y tierra seca. Hoy ese mismo sudor se confunde con las horas extras de un camarero invisible o con la espera interminable de un migrante recién llegado a la costa.

 

El mar, antes aliado de pesca y transporte, ahora devuelve la factura. Cada ola trae consigo una memoria torcida: fibras azules, plásticos blandos, sombras de lo que fueron sacos de papa. La ciencia lo mide con precisión de laboratorio, pero el pueblo lo sabe desde siempre: lo que tiras al aire, el viento lo siembra en el agua.

 

El sur late con contradicción: turistas que compran calor, obreros que lo sufren, viejos agricultores que recuerdan cuando un kilo de tomate valía lo mismo que un día entero de sudor.

 

Ahora, en las dunas, el plástico se entierra como un fósil del presente. Y los hijos de aquellos tomateros miran hacia el mar con la misma mezcla de miedo y esperanza con la que sus padres miraban la cosecha. La isla se sostiene en equilibrio precario, entre la postal del paraíso y el vertedero invisible que flota bajo sus aguas.

 

En el fondo, Gran Canaria siempre fue eso: una tierra obligada a sobrevivir entre la abundancia del sol y la escasez de todo lo demás. Los tomateros lo sabían, y el mar ahora lo recuerda con cada ola cargada de basura.

 

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