El Mogán Mall se alza en Puerto Rico como un gigante de cristal que reluce al sol del sur, pero si uno se acerca a la contabilidad, se descubre que sus cimientos no son roca volcánica, sino deuda apilada como cartas marcadas en una timba. La caja registradora canta, sí, pero el eco de los números huele a pólvora mojada según lo que declara al Registro Mercantil de Las Palmas.
La sociedad que lo parió, y en la que anda un socio de Hiperdino, Javier Puga, dejó un rastro de facturas como cuchilladas. En 2021 declaró unas pérdidas de 3,8 millones de euros que pesaban como losas de cemento sobre sus balances. Luego vino la resurrección, dicen: un repunte de ventas y hasta beneficios, aunque mínimos, en 2022. Pero los auditores, con sus corbatas afiladas, advertían que el aire era más denso de lo que parecía: las cuentas dependían del perdón de los bancos, y cualquier retraso podía mandar el castillo al suelo.
El gigante de cristal se alimenta de turistas que buscan sombra bajo sus pasillos, pero sus números parecen jugar a la ruleta rusa. La deuda, que supera los 100 millones de euros, lo encadena al vaivén de una banca que un día sonríe y al otro enseña los dientes. Es como tener un tigre de bengala encerrado en una jaula de barro.
El Mogán Mall arrastraría desde entonces una pesada mochila financiera: según los últimos datos, su deuda asciende a unos 95 millones, con un pago anual en intereses que ronda los 4,2 millones y una amortización principal cercana a los 7 millones, lo que coloca su servicio total de la deuda en torno a los 11 millones por ejercicio, mientras que sus ingresos brutos en 2024 apenas alcanzaron los 18,5 millones y el beneficio neto, tras impuestos y gastos operativos, se situó en torno a 2,1 millones, generando así un margen de rentabilidad insuficiente para cubrir los compromisos financieros y abriendo un escenario de riesgo en el que la propiedad busca fórmulas de refinanciación para evitar tensiones de liquidez.
Aun así, los gestores pintan cuadros optimistas: hablan de rentabilidad, de turistas en estampida por la temporada alta, de ocupación de locales que llega al 90%. Palabras como perfume caro para disimular el sudor de los vencimientos. Pero los papeles, esos que no mienten, siguen diciendo lo mismo: los pies del Mogán Mall no pisan roca firme, pisan arena.
La postal es clara: un centro comercial que brilla como diamante en Instagram, pero que guarda en su sótano la cuenta pendiente de una deuda bíblica. En este juego, los números son un dado trucado: hoy pintan rentabilidad, mañana pueden volver a teñirse de rojo sangre.
El Mogán Mall, en el sur de Gran Canaria, arrastra un lastre financiero que lo convierte en un gigante con pies de barro. El centro comercial, inaugurado tras una inversión de unos 120 millones de euros, se enfrenta ahora a la presión de su deuda y a la desaceleración del consumo, factores que comprometen su rentabilidad en un entorno de alta competencia en el sector retail insular.
Según fuentes financieras, la estructura de financiación inicial, diseñada en plena euforia turística, se ha visto desbordada por los cambios en el mercado. La pandemia, primero, y la inflación, después, golpearon con fuerza las cuentas del complejo. El resultado: un desequilibrio entre ingresos y obligaciones bancarias que, aunque todavía no lo sitúan en riesgo inminente de cierre, sí abren dudas sobre su viabilidad a medio plazo.
Los analistas advierten de que el futuro del Mogán Mall dependerá de dos factores clave: la capacidad de renegociar su deuda y la evolución del turismo en el sur de Gran Canaria, de donde proviene buena parte del consumo en sus tiendas. Mientras, los acreedores observan con cautela un proyecto que nació como emblema de modernidad comercial y hoy lucha por no convertirse en un símbolo de exceso financiero.