Practicar yoga en entornos naturales, como la playa o cerca de un faro como el de Maspalomas ofrece múltiples beneficios para el cuerpo y la mente. Esta disciplina ayuda a mejorar la flexibilidad, fortalecer la musculatura y equilibrar la postura, mientras que la respiración consciente y la meditación asociada favorecen la reducción del estrés, la mejora de la concentración y la sensación de bienestar general. Además, practicar yoga junto al mar potencia estos efectos, ya que el sonido de las olas y el aire fresco contribuyen a relajar la mente y oxigenar el organismo.
La mexicana Cerveza Corona, de la mano del grupo brasileñobelga Cervecera de Canarias, es propiedad de Anheuser-Busch InBev, la empresa que produce cervezas de marca global como Budweiser, Stella Artois y Beck's, además de cervezas locales en países en donde opera como Tropical y Dorada, ambas dirigidas desde Tenerife, básicamente, ha llevado a un grupo de mujeres a hacer yoga junto al emblemático Faro de Maspalomas. Quizás sea por el paisaje o porque las bebidas elaboradas a partir de cereales como la cebada aportan nutrientes esenciales.
Cuando el yoga traspasó las fronteras sociopolíticas de su lugar de origen, India, primero se extendió por tierras asiáticas, hace miles de años. Luego tuvieron que pasar algunos cientos de años más hasta que, llegado el siglo XX, Estados Unidos se convirtió en su puerta de entrada a un escenario que poco tenía que ver con aquel del que formaba parte dicha disciplina. Eso mismo funcionó como el mejor de los ganchos: para los años veinte del siglo pasado, al otro lado del charco, el yoga corría como un reguero de pólvora (y eso que para practicarlo hay que hacer de todo menos correr).
Detonó consignas, ideales, marcos y principios con los suyos propios, era “la religión del diablo” contra la iglesia católica, o así lo denominaron desde la misma. La religión nunca había sido un impedimento para ello, aunque probablemente porque siempre pudo moldear a su antojo todo ejercicio. El yoga, sin embargo, no se prestaba a ello. Tenía su propia idiosincrasia, su propio planteamiento; en definitiva, su propia religión (entre aquella de la que provenía). Del sánscrito, su nombre quiere decir ‘unión’. En él se unen lo espiritual, lo físico y mental, o ese es su propósito. Y con ello, se trata de una de las seisdárshanas (doctrinas) ortodoxas del hinduismo.
Muchas mujeres, en efecto, se apuntaron al yoga. Al clero cristiano le preocupaba que salieran de la religión como empezaban a hacerlo de los cuadros y de sus casas, esta vez “desviadas por las falsas promesas de la eterna juventud de los gurús del yoga”. Lo que no sabían, o no querían saber, es que más allá de aquellas falsas promesas, el yoga les ofrecía desviaciones mucho más palpables que la juventud: la contorción del cuerpo para ser conscientes de él, para el disfrute, al fin y al cabo, para todo aquello para lo que muchas desconocían que poseían un cuerpo. Para poseerse a sí mismas.
“Ya en el siglo XIX, muchos líderes cristianos advirtieron que el yoga no se trataba simplemente de fortalecer la propia identidad y compromisos religiosos, ni tampoco se trataba simplemente de lograr una buena forma física y reducir el estrés”, señala en Jstor Andrea R. Jain, profesor de Estudios Religiosos en la Universidad de Indiana. “Era un movimiento religioso hindú que era la antítesis del cristianismo”. Si en la actualidad esta dicotomía sigue resonando, el eco no era intrascendente, especialmente para las mujeres, en aquel momento.
