En el corazón verde de Gran Canaria, en el municipio de Teror, late desde hace siglos la devoción a la Virgen del Pino, patrona de la Diócesis de Canarias. Su historia se remonta a 1481, cuando, según la tradición, la imagen mariana se apareció sobre un majestuoso pino en la villa, un árbol que con el tiempo se convertiría en símbolo de esperanza y de fe para todo el pueblo canario
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La talla gótica de la Virgen, de gran delicadeza artística, fue reconocida desde muy temprano como protectora de la isla. Su culto creció de forma imparable hasta que en 1914 el papa Benedicto XV la proclamó patrona de la Diócesis de Canarias. Desde entonces, cada mes de septiembre, miles de peregrinos de toda la isla recorren caminos y senderos para llegar hasta Teror, en un acto de amor y agradecimiento que trasciende generaciones.
El peregrinaje al Pino no es solo una tradición religiosa, sino también una manifestación cultural y social única en Canarias. Familias enteras, jóvenes, mayores y caminantes solitarios recorren de noche los senderos de medianías y cumbre, con velas, cantos y rezos, en busca de un encuentro íntimo con la Virgen. Al llegar a la Basílica de Teror, la emoción se desborda: lágrimas, promesas cumplidas y plegarias que se entrelazan con el repique de las campanas y el aroma a piñas de millo, chorizo de Teror y dulces típicos que llenan la plaza.
La Virgen del Pino simboliza la unidad del pueblo grancanario, uniendo fe, cultura y tradición. No importa la distancia ni el cansancio del camino: cada paso hacia Teror es un acto de amor, un latido compartido por miles de corazones que encuentran en ella consuelo y esperanza. En torno a su imagen, Gran Canaria revive cada septiembre un canto a sus raíces, un abrazo de identidad y devoción que mantiene viva la esencia de la isla.