Entre los barrancos de Agualatente y de la Culata, la Montaña de Rosiana —también conocida como Montaña de los Huesos— se alza como un testigo silencioso de la historia antigua de Gran Canaria. Allí, talladas en la roca, se extienden las cuevas de un poblado troglodita que probablemente constituye el conjunto más grande del archipiélago canario, un laberinto de piedra que invita a recorrer la memoria de sus antiguos habitantes.
La visita a Rosiana es un viaje a las alturas y a la imaginación. Desde su elevada situación, los andenes y escalones labrados en la roca permiten contemplar el paisaje que rodea Tunte, ofreciendo una de las excursiones más espectaculares que puede ofrecer Gran Canaria a quienes buscan el contacto con su patrimonio arqueológico.
El poblado es una aldea abierta en el interior de la piedra, con más de un centenar de habitaciones interconectadas por pasadizos y escalinatas. Las cuevas más bajas servían como viviendas, mientras que las superiores cumplían funciones de graneros o depósitos funerarios, de ahí el evocador nombre de Montaña de los Huesos. La disposición en distintos niveles revela un ingenioso aprovechamiento del espacio y una planificación que combinaba necesidades domésticas y rituales.
Entre las unidades que conforman el conjunto destacan varias cuevas decoradas. Una de ellas, situada en la parte baja del poblado, conserva un zócalo de almagre del que se desprende un motivo puntiforme que cubre el resto de la pared. Otras pinturas, más frágiles, han quedado colgadas en la roca tras desprendimientos, recordando la fragilidad del tiempo y la resistencia del arte ancestral.
Visitar Rosiana no es solo recorrer un poblado troglodita; es sumergirse en un relato de piedra y paisaje, donde cada escalón y cada pared pintada susurra la historia de quienes habitaron estos rincones y nos dejó un testimonio silencioso de la vida en Gran Canaria hace siglos. Un enclave que combina arqueología, naturaleza y aventura, y que mantiene viva la memoria de la isla entre sus rocas y barrancos.