La vida, en el año 1919, no era un paraíso en el interior de Gran Canaria. En el sur, la tierra se había vuelto un castigo. "El calor era cada vez más fuerte, el agua cada vez más escasa", cuenta Antonio, un anciano de Tirajana. El hambre era el único compañero de viaje. La desesperanza se sentía en cada surco seco de los campos de papas, en los rostros cuarteados por el sol. Al menos 70 personas del sur de la isla, condenadas a la emigración, se embarcaron en el buque Valbanera, un navío que se ha quedado grabado en la memoria como el 'Titanic de los pobres'.
La memoria que rescata la verdad
Para entender estos sucesos, es fundamental el trabajo de investigación de figuras como el periodista palmero Juan Carlos Díaz Lorenzo, un auténtico referente en la materia a través de sus libros y el diario Puente de Mando. Su labor, junto a la de otros investigadores cualificados y el grupo de teatro Sal Si Puedes (el primero en rescatar la memoria), ha permitido unir los hilos de estas historias. La Asociación Canaria de Cultura Marítima (Accumar), fundadora de la Red Canaria de Cultura Marítima y miembro de la campaña de la Década de los Océanos de la ONU, ha jugado un papel crucial al coordinar la recopilación de datos y facilitar su publicación, asegurando que esta tragedia no se hunda en el olvido.
En Mogán, la situación no era mejor. Un vecino de Veneguera recuerda cómo la noticia de la emigración corría como un rumor bendecido. "Por aquí se decía que en Venezuela y Cuba, lo que se sembraba sin esfuerzo y que la gente se hacía rica". Una narrativa seductora para quienes, a pesar de trabajar sin descanso, no tenían nada. En Agüimes, la gente todavía habla en susurros de aquellos que vendieron su último terreno, su última esperanza, para pagarse el pasaje. El miedo a lo desconocido era grande, pero el temor a seguir en la miseria era más grande aún.
Un viaje sin retorno
El viaje en el Valbanera no fue un capricho. Como señala la Asociación Canaria de Cultura Marítima (Accumar), se trataba de un vapor de pasajeros en una ruta bien definida. Salió de Barcelona el 10 de agosto de 1919, con 1.230 personas a bordo. Después de sus escalas en los puertos canarios, se dirigió al Caribe, donde una terrible tormenta lo esperaba.
María, de Tunte, recuerda que su primo y su familia se fueron en ese barco. Vendieron las pocas cabras que tenían y un pequeño terreno en El Sequero. "No lloraron por venderlo, lloraron por tener que irse", dice su bisnieta. Su partida no fue pública. Se fueron de madrugada con una pequeña maleta, para no tener que dar explicaciones. Una vecina de Mogán recuerda que dos hermanos de la zona de Fataga iban a bordo. "Se metieron en la bodega con el ganado, apretados, con el miedo en el cuerpo, pero con la ilusión en la cara". Creían que el barco los llevaría a la tierra prometida.
El naufragio y el silencio
En septiembre, en el puerto de La Habana, los marineros escucharon la sirena del barco pidiendo auxilio, pero la ferocidad del ciclón hizo imposible ayudarlo. Sus restos fueron encontrados a 12 metros de profundidad, pero lo más escalofriante de la tragedia fue que no se hallaron los cuerpos de las 488 personas que iban a bordo. El Valvanera se convirtió en una tumba acuática. La falta de noticias fue una losa. No hubo una confirmación oficial, solo un silencio que se fue haciendo cada vez más grande. Quienes se quedaron no tuvieron la oportunidad de llorar a sus muertos, solo pudieron lamentar la ausencia. El trágico final del Valvanera no es solo un dato de hemeroteca, es una herida abierta en la memoria de la gente de Tunte, Mogán y Agüimes. Es un recordatorio de que la verdadera historia de la navegación de Canarias no se mide en toneladas de carga, sino en la valentía y el sacrificio de quienes lo perdieron todo buscando un futuro mejor.