No son piratas, lo fueron. Pero se comportan como tales. Los empleados de Salcai-Global mantienen a pasajeros grancanarios y turistas en un auténtico secuestro colectivo, bloqueando la movilidad en la Isla con una huelga indefinida que este fin de semana dejará en tierra más de 600 trayectos. Los vehículos, columna vertebral del transporte público en Gran Canaria, se han convertido en el rehén de una batalla sindical y empresarial que esconde algo más que mejoras laborales: la defensa a ultranza de un monopolio que desde hace décadas controla el negocio interurbano en la provincia de Las Palmas.
El paro se concentra en dos franjas críticas: de 06:00 a 10:00 y de 17:00 a 21:00 horas, cuando la movilidad de estudiantes, trabajadores y turistas es mayor. Con los servicios mínimos fijados en un 75 %, se calcula que cada día quedan 300 recorridos sin cubrir, lo que obliga a miles de personas a buscar alternativas improvisadas.
Este domingo, la situación será todavía peor: al recorte de horarios de fin de semana se suman los paros de los conductores, dejando a zonas turísticas como Puerto Rico, Playa del Inglés o el propio aeropuerto prácticamente desconectadas. Una postal tercermundista en plena temporada alta.
Estaciones convertidas en jaulas
La imagen en San Telmo lo dice todo: colas interminables, andenes vacíos y turistas cargando maletas bajo el sol sin saber si habrá guagua. Los universitarios que intentan llegar a los campus y los trabajadores que dependen del transporte interurbano se encuentran atrapados en la indefensión absoluta. "Es un secuestro encubierto", murmuraba un pasajero resignado, viendo cómo el conductor de su línea se unía al paro.
La estrategia de presión: monopolio o nada
Los sindicatos insisten en que la protesta es necesaria. “Continuará, aunque moleste”, declaraba el conductor Juanma Trujillo este viernes. Mientras, Santiago Domínguez (CCOO) lanzaba la advertencia: si los cabildos de Lanzarote y Fuerteventura no intervienen, los paros parciales se transformarán en una parálisis total. Pero tras el ruido sindical late un trasfondo más oscuro: la preservación de un negocio blindado. Salcai-Global no solo gestiona la mayoría de líneas, también condiciona cualquier intento de competencia o diversificación del transporte público. La huelga, más que una reivindicación, es un mensaje de poder.
Turistas y residentes, los rehenes
La huelga coincide con la llegada masiva de visitantes, en un septiembre donde la ocupación hotelera supera el 80 %. El golpe a la imagen internacional de Gran Canaria es evidente: turistas bloqueados en estaciones, familias buscando taxis imposibles y colapso en las carreteras por el aumento del coche privado. Mientras tanto, el Cabildo y el Gobierno canario miran de reojo, atrapados entre la presión sindical y el miedo a tocar los intereses de un monopolio que ha hecho del transporte interurbano una finca privada.
El sur de Gran Canaria no solo padece una huelga: padece un secuestro. Los pasajeros son rehenes involuntarios de un pulso que desnuda la dependencia de la Isla de un único operador, Salcai-Global, y la incapacidad de las instituciones para garantizar alternativas. Los turistas se llevan de recuerdo largas esperas y sensación de caos. Los residentes, la certeza de que la movilidad en la Isla está secuestrada por quienes dicen defenderla. Y el monopolio, blindado.
