Dos incendios en menos de tres días. El humo se eleva, pero en Canarias alguien decidió mirar hacia otro lado. El 112 habla de conatos, de protocolos, de activaciones pero calla sobre quién prende la chispa. Menores migrantes, dicen algunos. Menores que caminan entre sombras para fumar lo que no deberían, para vivir lo que no pueden. Y mientras tanto, los vecinos —mayores, europeos, habitantes de la calma— contemplan el terror en sus calles.
Un 'niño' de 16 años herido de gravedad. Quemaduras, humo, hospital. La burocracia enumera ambulancias, bomberos, policías, protocolos. Pero nadie pregunta por la raíz de ese fuego: el abandono, la marginalidad, la invisibilidad.
Fataga no es solo un paisaje: es un espejo. Un espejo que refleja cómo la censura administrativa y el miedo selectivo crean un escenario donde el peligro se repite, donde la tragedia se anticipa. En la bruma de humo se dibuja una verdad que nadie quiere admitir: la seguridad no se preserva con silencio, se preserva con responsabilidad, atención y políticas que no ignoren a los más vulnerables ni a quienes conviven con ellos.