En los barrancos secos y los senderos de Santa Lucía de Tirajana, Telde y Valsequillo, se escucha un golpe que no hiere, pero que habla de siglos de historia. Es el choque rítmico de los garrotes: el corazón del Juego del Garrote Tradicional, la esgrima de palos más ancestral de Gran Canaria. Aquí, el palo no es arma, sino lenguaje; cada movimiento cuenta una historia de destreza, honor y comunidad.
De origen prehispánico, el Juego del Garrote se distingue de otras modalidades del archipiélago. Los jugadores, enfrentándose uno a uno, despliegan un repertorio de técnicas donde la habilidad y la maña prevalecen sobre la fuerza bruta. El objetivo no es causar daño, sino ejecutar con elegancia los ataques y defensas, desarmar al adversario y demostrar dominio sobre el garrote, extensión de la propia mano y reflejo de la tradición pastoril que antaño marcaba la vida en las medianías y montañas grancanarias.
Aunque en siglos pasados esta modalidad estaba presente en toda la isla, hoy solo sobrevive en unos pocos núcleos del sudeste insular. Fue en la década de los ochenta cuando se inició un proceso de recuperación cultural, liderado por familias y maestros que mantuvieron viva la práctica: los Calderín de Valsequillo, los Mederos de Tafira, Pancho el Rojo de Firgas o Juan Evangelista de Gáldar, entre otros. Gracias a ellos y a las escuelas de tradición, el Garrote sigue enseñando a nuevas generaciones el arte de un combate que es danza, memoria y patrimonio.
El Juego del Garrote Tradicional no es solo un deporte; es un vínculo con el pasado, una expresión de identidad y un Bien de Interés Cultural (BIC) de carácter insular, que recuerda que la historia de Gran Canaria no solo se escribe en sus calles y sus piedras, sino en los palos que chocan con respeto y precisión en un terreno donde la tradición sigue viva.