Miércoles, 10 de Diciembre de 2025
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HISTORIAEl corazón del sur de Gran Canara: La almendra centenaria de Tirajana frente al resplandor efímero del Ferrero Rocher en Tejeda

El corazón del sur de Gran Canara: La almendra centenaria de Tirajana frente al resplandor efímero del Ferrero Rocher en Tejeda

GARA HERNÁNDEZ - M24H Miércoles, 10 de Diciembre de 2025

El invierno apenas ha mordido los altos de Gran Canaria cuando, como una promesa que se renueva cada año, estalla el espectáculo: la floración del almendrero. No son solo flores, son pinceladas de historia, un manto ceremonial de blancos y rosas que se extiende sobre el verde profundo de Tejeda, Valsequillo y, por supuesto, San Bartolomé de Tirajana. En ese paisaje efímero reside el alma de la cumbre, una relación histórica y cultural tan dulce como la propia semilla.

 

El Instituto Canario de las Tradiciones recuerda que este fruto "llega a las islas con los colonos a partir del siglo XV proliferando en municipios como San Bartolomé de Tirajana, Tejeda, Valsequillo, los altos de Ingenio (La Pasadilla), Artenara, San Mateo y un reducto en los altos del Valle de Agaete, siendo en los tres primeros donde se conserva la mayor superficie arbolada actualmente". Se estima que Gran Canaria posee más de 50 variedades diferentes, con una gran cantidad de almendreros centenarios. Entre las más conocidas por los vecinos se encuentra la 'mollar', "caracterizada por su gran dulzor", por al llamada 'doble pepita' comunes en Valsequillo y Tejeda, y la 'fallía' o la 'moruna', de cáscara muy dura pero dulce. "De todas las variedades, siempre han existido almendreros amargos, los cuales se diferenciaban del resto debido a que los propietarios colocaban una piedra entre sus ramas", señala el ICT.

La almendra, o el almendrero como se le llama con el calor del canarismo, no llegó solo; trajo consigo un modo de vida. Las variedades centenarias —la dulce mollar, la exuberante doble pepita— nacidas en estas cumbres, de cáscara dura o tierna, fueron durante siglos la moneda de subsistencia y el nexo social. ¿Quién puede olvidar el recuerdo de las "juntas"? Esas noches de verano donde, tras la jornada, los vecinos de Tejeda y Tirajana se congregaban no solo para descascarar el preciado fruto, sino para hilar la vida, para tejer tertulias y bailes al calor de la faena.

Es precisamente en este contexto de arraigo y tradición donde se gesta una batalla de sabor y orgullo que raya en lo absurdo. Mientras Tirajana defiende la herencia de sus almendreros centenarios, Tejeda ha coqueteado, en la esfera mediática, con la promoción de la nuez de un gigante industrial: las avellanas de Ferrero Rocher. Y es aquí donde el corazón se quiebra y el orgullo insular se alza. ¿Cómo puede el tesoro dulce y autóctono de las medianías, la almendra más noble y ancestral de la isla, verse relegado por el brillo efímero y la avellana importada de un bombón que simula el lujo? El mazapán de Teror, el bienmesabe de Tejeda, los polvorones artesanales... todos son hijos directos de este fruto vareado por los hombres y recogido por las mujeres de la cumbre.

La almendra de Gran Canaria es, en sí misma, una denominación de origen sentimental. Su madera calentó los hogares, sus cáscaras alimentaron el fuego, y su aceite curó las heridas. Es el legado vivo de un paisaje construido a base de esfuerzo y comunidad. Frente al interés puntual de promocionar el glamour de una marca global, la verdadera riqueza reside en la floración rosa y blanca que, cada año, nos recuerda que el corazón de la isla late con la dulzura inconfundible de su propia almendra. Es un patrimonio que no necesita envoltorios dorados ni luces de fiesta, sino la justicia de su propia historia.

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