Mientras en los hoteles en Maspalomas y Playa del Inglés iluminan el cielo y el sonido de las casas navideñas se filtra por las ventanas, miles de hogares en el sur de Gran Canaria guardan un silencio distinto. Es el silencio de la economía del cuidado, un sector que no entiende de festivos y que el 24 de diciembre descansa sobre los hombros de un colectivo invisible: los cuidadores de grandes dependientes en domicilios particulares procedentes, mayormente, de Ecuador, Cuba y Colombia.
Para el cuidador iberoamericano, la Nochebuena y la Nochevieja no es una tregua, sino un desafío logístico. Es el momento en que la carga mental alcanza su pico máximo: gestionar la melancolía del dependiente, la ausencia de otros familiares y el agotamiento físico acumulado durante todo el año. En el sur de la isla, la situación se agrava por el factor soledad. Un estudio de Cinfa indica que, tras la edad avanzada, la soledad (14,9%) es el segundo motivo principal por el que un familiar requiere cuidados. En una noche donde la narrativa oficial es la reunión y el exceso, el cuidador se enfrenta a una "soledad acompañada", gestionando el apoyo emocional de un dependiente que, en el 47,4% de los casos, supera ya los 81 años.
Según los últimos datos del INE sobre discapacidad y dependencia, el perfil del cuidador en el sur de Gran Canaria sigue teniendo un rostro mayoritariamente femenino y, en el caso de las islas, un alto componente de movilidad geográfica. Son las "cenicientas" de la Navidad: personas que pasan la medianoche monitorizando una máquina de oxígeno o administrando medicación, navegando por Internet mientras su mayor duerme mientras en la otra parte del mundo su brinda con la nostalgia de que el ahorro generado produzca una mejor vida entre los suyos. Es el compromiso moral de la Navidad.
El valor económico de estos cuidados no profesionalizados o realizados en el ámbito privado es el motor oculto de la estabilidad social en Canarias. Sin este "ejército invisible", el sistema público de salud colapsaría en menos de 48 horas. Sin embargo, en noches como la del 24 de diciembre o 31 de diciembre, la cobertura mediática se centra en los menús de gala de los hoteles de cinco estrellas o en los dispositivos de seguridad, ignorando a quienes realizan turnos de 24 horas en salones iluminados solo por el parpadeo de un árbol de Navidad y el monitor de un enfermo.
Tabién muchos de estos cuidadores son familiares directos que han renunciado a su carrera profesional. Con una población cada vez más envejecida en los núcleos urbanos de San Fernando o Arguineguín, la demanda de asistencia domiciliaria se ha disparado, pero el reconocimiento social sigue bajo mínimos.
"Es la economía de la entrega absoluta", explica un experto en sociología del trabajo. "Mientras el turismo genera los titulares de beneficios récord este invierno, el sector del cuidado en casa genera el bienestar que permite que la sociedad siga funcionando, a costa del sacrificio personal de miles de personas que esta noche no tendrán foto en Instagram".
La verdadera infraestructura de Gran Canaria no son sus aeropuertos ni sus puertos, sino la red de manos que cuidan en la intimidad de los hogares. Quizás, entre el estruendo de los villancicos y las cenas, sea el momento de que la opinión pública mire hacia esas ventanas encendidas donde el único regalo es la paciencia y el único salario es la dignidad de no dejar a nadie atrás.
La familias
Según el reciente estudio del Observatorio Cinfa de los Cuidados, avalado por la SEGG, el 51,1% de los cuidadores en Canarias se encuentra en esta posición imposible: entre la atención a sus padres ancianos y la crianza de sus propios hijos. En Gran Canaria, donde el envejecimiento poblacional se cruza con una estructura de servicios volcada al turismo, esta presión se convierte en Nochebuena en un ejercicio de equilibrismo emocional y financiero.
El informe Cinfa traza una radiografía que el mercado a menudo ignora. El cuidador medio en las islas dedica 20,6 horas semanales a esta labor, un tiempo que no computa en el crecimiento trimestral, pero que sostiene el tejido productivo. De hecho, el 77,6% de estos cuidadores compagina este rol con su actividad profesional, sacrificando su propio ocio (65,2%) y su tiempo personal (63,3%) para que la maquinaria familiar no colapse.















